Antes que nada que Dios lo tenga en su Gloria. A ese hermano del cual lo único que escuchaba cuando niño era que fue un traicionero. Lo único que la dictadura castro-comunista me enseñó acerca de él en la escuela, nada. Al menos, lo que es a mí nunca se me habló de uno de los que más deberían haberme contado por ser verdaderamente el cubano y patriota que fue.
Les agradezco a todo aquel que haya hecho posible la publicación de ese maravilloso libro, «Como llegó la noche». Si con una satisfacción moriré es con la de haber podido conocer aunque la vida no me haya dado ese inmenso placer de que hubiese sido en vida a ese compatriota y hermano al cual llamaré hasta mis últimos días Mi Comandante Huber Matos.
Una lectura que puede que comience como cualquier otra aunque no tratándose de cualquiera pero una lectura que en su transcurso, al menos como surtió efecto en mí va dejando de ser esa lectura que es para volverse algo que sin darte cuenta ya te tiene viviendo lo que vas leyendo con un orgullo no sabría decir si propio o no. No me refiero a la calidad narrativa del libro como tal aunque para mí está excelente. Me refiero a esa experiencia única de conocer de alguien y a partir de ese instante procurar identificarte con él.
Quizás se parezca a aquello de cuando éramos niños, veíamos una película de artes marciales y luego nos hallábamos con un palo imaginándolo una espada y haciendo como el protagonista de dicha película. La diferencia entre una cosa y la otra es que con una nueva película se dejaba fácilmente en el olvido al chino que se imitó ayer en juego con los amigos, reemplazándolo por este otro de esta nueva película.
Con este libro y con este cubano ni sucedió ni podía suceder igual. Se trababa de alguien por el cual siempre había tenido mucha curiosidad en conocer. Algo hubo en mí a lo cual no le bastó jamás esa vaga explicación de que fue un traicionero que quiso quedarse con la mitad de Cuba que era lo más que me contaban todos aquellos a los cuales, a pesar de mi corta edad les preguntaba buscando saber.
Quién sabe y de esa vaguedad y falta de argumentos al decirme de él surgiera esa imperiosa curiosidad que me nació en mí. Hoy ya todo es diferente. Hoy soy yo quien brindo la oportunidad de conocer a todo el que me lo permita y al que no también quien fue primero que nada ese maestro y luego ese ejemplo de cubano, el Comandante Huber Matos.
Ese, y sin que me quede nada por dentro se volvió mi primera y única fuente de inspiración en mi lucha por la libertad de mi oprimida nación hasta el sol de hoy. Como si fuera parte de la formación de mi persona, como una trama del destino preparada para mí, primero oír de él lo que no era, luego morir de la curiosidad por conocer de él y hoy por hoy simple y llanamente tenerlo y llamarlo como lo llamo.
Recomendar yo un ejemplo a seguir es decir, el Comandante Huber Matos. Uno de esos mayores deseos de quien no nació para recibir órdenes, mucho menos de una dictadura junto con sus fieles seres serviles, el deseo de haberme podido ver bajo el mando de dicho Comandante.
Orgulloso de los padres que Dios me dio hubiese sentido un orgullo aun mayor de haber sido hijo de alguien como él. Fue maestro y es un maestro para mí aunque ni fui su alumno como tal ni fuesen los mismos tiempos. Debe ser que su enseñanzas además de penetrar trascienden. Qué más que llamarlo una vez más «Mi Comandante Huber Matos».
Por Yunior González Rosabal
El Comandante Huber Matos aplicó a la letra el adagio de San Francisco de Asís: “la palabra empuja pero el ejemplo atrae”. Aunque fue un orador extraordinario fue siempre un ejemplo de humildad. Nunca olvidaré un gran mitin de cubanos en Barcelona. En la tribuna había muchos oradores tratando de arengar la masa. Huber estaba a mi lado junto a Paco Benítez y rodeado por esa masa oyendo los discursos con la atención que siempre prestó a la palabra del otro. De pronto alguien grito: “aquí esta Huber, aquí esta Huber…que hablé el Comandante”… Inmediatamente se oye un clamor surgido de todas partes: “Huber, Huber,…”. El Comandante no se movía y yo recuerdo que lo empujé casi hasta la tribuna mientras le decía al oído: “Huber te quieren escuchar y tienes que ir”. Su voz rompió un silencio casi de iglesia y los aplausos resonaron durante mucho tiempo. Ah Huber, si nuestros hermanos del CID pudieran escucharte hablando de nuestra Cuba!
¿Quién era el Comandante Huber Matos? Un héroe? Desde luego. ¿Un pensador y un estratega militar? Seguro. Pero también un hombre generoso y capaz de perdonar lo imperdonable. Estábamos en Paris rumbo al Parlamento francés a una de las tantas reuniones que organizamos en Europa. En mi máquina iba el Comandante junto a mí, mientras yo iba manejando. Justo detrás del Comandante llevábamos a la reunión un escritor cubano cuyo nombre no diré porque aun vive. De momento ese señor agarra a Huber por los hombros y le dice con una voz de penitencia compungida: “Huber, me perdonas por todo lo que te hice en Cuba? El Comandante se vuelve hacia él y con la condescendencia del profesor que perdona a su alumno que hubiera cometido una falta le responde: “Claro que si… (Fulano) de todos modos todos hemos sido fidelistas en algún momento”. Cuando estuvimos solos en el hotel Huber me conto que ese Señor, en aquel entonces gran líder de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), durante el simulacro de juicio organizado por Fidel tras su renuncia, fue uno de sus principales acusadores, que lo trato de traidor y vende patria. Solo un hombre de la talla del Comandante era capaz de perdonar esa infamia.