Los cubanos somos gente sanguínea, atrapada en la melancolía de la incertidumbre; hijos renegados de una tierra donde cada amanecer es un milagro; contradictorios frente al peligro, a veces inseguros, otras temerarios, pero siempre afirmativos cuando se trata de sobrevivir porque todavía nos queda vida. En 1952 comenzamos nuestra danza con cadenas, hasta 1959 que el garrote del desprecio y la ignominia las incrustó en nuestras carnes para robarnos la libertad y el gusto por la vida; pero seguimos soñando con ser libres, porque el sacrificio generoso de los padres fundadores de nuestra identidad mantiene encendida la fe en una patria mejor. Sera el día en que decidamos de una vez por todas: ¡A la obra, todos a la vez, y tendremos casa limpia! José Martí.
Andamos con pasos lentos y confusos por el camino hacia la luz, desgarrados por la cólera y la desconfianza. Somos fuertes y capaces en nuestra naturaleza individual, pero débiles y desorientados cuando se trata de marchar unidos. Algo de aquella alegría de caminar abrazados se rompió dentro de nosostros.
Pero aún tenemos brazos en la garganta para seguir rompiendo con nuestros gritos las rocas de algunos viejos silencios; todavía nos quedan alas en muchas de las cosas que callamos para fingir que somos menos, mientras seguimos alimentando la llama que encenderá todos los fuegos donde arderá el odio de los que nos dividen y nos golpean.
Los pueblos, a diferencia de los tiranos, se renuevan. Los cubanos no nos vamos a enfadar con diciembre por entregarnos otro enero de luto. Los cubanos vamos a dar gracias a Dios por este año que termina, nos vamos a inflamar de música y poesía; de rumba, conga y tambor. Y con toda la fuerza de nuestros mejores sueños seguiremos llenando de grietas la pared que nos separa de la libertad.
Yo no sé ustedes, pero yo confío. Yo me gozo en la fe que no se cansa de esperar porque es certeza. Y cuando el cansancio me amenaza con romper la esperanza piadosa que me anima, recuerdo que por mucho que la vida me dé algunos golpes, todavía me queda la vida.
Por José Aquino Montes
Artículo de La Nueva República 258-A
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