No se empieza un movimiento político el lunes para que triunfe el martes. Ningún suceso digno de atención en la historia se resuelve en dos o tres meses. En política no hay eventos capaces de cosechar frutos en poco tiempo, porque se enfrentan a un cúmulo de resistencias y a poderosos intereses que pugnan por evitar su desplazamiento. Así de simple, a menos que los sobrevenidos pero esperables censores del presidente Guaidó puedan demostrar lo contrario.
Se habían tardado los reprochadores del joven dirigente, por cierto, pero ya están en el centro de la escena profiriendo críticas sin fundamento sobre qué no ha hecho desde su designación como presidente de la Asamblea Nacional y como presidente encargado de la República. Pero no se trata de presencias aisladas, sino de un elenco de corifeos dados a la tarea de mostrar las troneras del techo que en buena hora comenzó a levantar el empeñoso Juan Guaidó para el resguardo de todos.
No ha hecho nada, dicen los censores más irresponsables, como si no lo viéramos trabajando por la restauración de la democracia desde que Dios amanece. Pese a que se ha dedicado a su labor, esa labor en realidad no ofrece resultados, dicen los más condescendientes. Su mandato no tiene fundamento legal y es una usurpación semejante a la de Maduro, ha llegado a afirmar alguno de los más puristas de los críticos, o de los más rebuscados. Van a la televisión a fulminarlo con sus dardos, como si salir de una usurpación fuera cosa de soplar y hacer botellas; o como si la usurpación estuviera de adorno esperando a que la saquen mañana de un palacio en cuya comodidad se ve muy acostumbrada.
Pero las envenenadas saetas no salen del cofre del oficialismo, como pudiera esperarse, sino del parecer de voceros de la oposición que han tenido postura de importancia en sus partidos y que alguna vez fueron atendidos por la opinión pública. Encabezan lo que parece una campaña destinada a socavar los cimientos del único movimiento de envergadura que ahora tenemos para salir del usurpador, y el prestigio de la figura que lo representa. No aparecen en solitario, sino que en cuestión de pocos días se van mostrando ante las cámaras o frente a los micrófonos para que veamos que no se trata de conductas aisladas y dislocadas. Y si salen en los medios casi al unísono es porque los invitan, desde luego. No asaltan el set de los canales para que los dejen hablar un poquito, sino como convidados de anfitriones que saben muy bien lo que hacen, o deben saberlo.
Curioso, ¿no les parece? No son disparos aislados contra el viento, sino la avanzada de una artillería con ganas de crecer y de dirigir torpedos contra la línea de flotación del buque insignia de la nueva oposición. Han sido pacientes con la dictadura y desacertados en el ataque al usurpador, pero tienen prisas con Guaidó y con la fuerza social que encabeza. Seguramente no llegarán a nada, como ha pasado habitualmente con sus proyectos recientes y más viejos, pero conviene seguirles la pista.
Así como Maduro se resiste a dejar el poder, ellos imploran por una miserable cuota de presencia política y han encontrado la posibilidad de tenerla atacando a un hombre y a una fuerza colectiva que los han de convertir en polvo. La historia se toma su tiempo, pero salir de ellos no debe ser difícil, por lo poco que pueden ofrecer en la lucha por la restauración de la democracia. El texto que ya termina quiere colaborar en tal sentido.
Editorial de El Nacional, Caracas marzo 27 de 2019
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