Como una espiral ascendente, viajando a una velocidad vertiginosa, la escasez y la incertidumbre aumentan su capital de calamidades en la sociedad cubana. Los ciudadanos corren de un lado para otro persiguiendo los productos de primera necesidad que el gobierno suministra gota a gota, y a intervalos ocasionales, a una población cada vez más desesperada preocupada en acaparar o morir.
Jabón de lavar y de tocador, pasta dental, detergente, cloro y lejía son algunos de los productos de aseo y limpieza que aparecen y desaparecen con asombrosa intermitencia en el mercado paralelo, donde las ofertas son también racionadas.
Pero lo realmente angustioso y desalentador, no es sólo la persistente disminución del acceso a los productos de primera necesidad y el permanente manejo estratégico de la escasez, por parte del régimen, para mantener al pueblo ocupado en la inmediatez de sus miserias más primitivas.
Lo más grave, dentro del panorama surrealista de la indigencia a que vive sometido el cubano, es la capacidad de adaptación que ha desarrollado el ciudadano de la isla para asumir su “fatalismo” con una resistencia que ha convertido su lucha por la supervivencia en un entretenimiento diabólicamente divertido.
Porque sucede que mientras los desesperados cubanos hacen largas filas, que terminan convertidas en desordenadas y peligrosas aglomeraciones, se ventilan todo tipo de chismes, se comenta sobre las noticias más populares, o sobre las novelas y series del “paquete semanal”, mientras se ponen de acuerdo sobre cómo burlar las disposiciones que regulan la cantidad de productos que pueden comprar por persona.
Porque al final del día, en medio de la lucha para paliar tanta escasez , el propósito de máxima prioridad es acaparar la mayor cantidad de productos. Unos, para su posterior reventa (lo que resulta muy lucrativo) y la mayoría para descansar de algunas necesidades mientras se enfocan en resolver otras precariedades.
Por Ernesto Aquino
Artículo de La Nueva República
CubaCID.org
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