Los daños que ocasiona la corrupción se traducen en malestares profundos y a veces irreversibles que independientemente del factor desde dónde se producen, es la sociedad la que acaba destruyéndose. Pero aun cuando la corrupción depende mucho de la indiferencia a las leyes que la combaten, es indudable que su evolución y desarrollo obedece más al consentimiento y complicidad de sus víctimas que actúan convencidas de que para resolver un problema lo mejor es el soborno, es decir: “pagar algún dinero o hacer algún regalo”.
Y con esta filosofía de vida a sus espaldas, el ciudadano ya no espera a que el responsable de ofrecer su servicio profesional le pida una recompensa, por lo que si tiene que asistir a una consulta médica lo primero que hace es comprar una regalo que puede ser: una merienda, algunos jabones de baño, aceite comestible y otros productos de primera necesidad que, si la situación se complica, se convertirán en artículos más costosos.
Y como sucede siempre, los que más tienen son los que mejor pagan y los que más rápido resuelven, aventajando a los más desfavorecidos dentro de esa especie de rara cadena alimenticia diseñada para mantener con vida al monstruo insaciable de la corrupción.
Los argumentos para justificar este tipo de conducta ciudadana comienzan por culpar al gobierno (que tiene muchísima culpa) y acaban con la milonga de que “tienen que hacerlo si quieres resolver”.
En relación al efecto nocivo de ese flagelo humano, Cuba se ha convertido en una versión caribeña a gran escala del “Muro de las Lamentaciones”. Todo el país vive en una perenne protesta lastimera contra ese demonio (la corrupción) que “parece” no tener remedio.
Pero lo cierto es que no se puede curar la enfermedad de un miembro enfermando otro, o permitiendo que todo el cuerpo se pudra. Y sobre todo, lo inmediato no es detenerse en el juicio contra los responsables, sino llevar a cabo una acción de profilaxis que debe comenzar por el saneamiento de nuestras conciencias. Es bueno recordar que no se debe dejar de hacer lo que puedes por no poder hacer lo que quieres.
Por Ernesto Aquino
Deja tu comentario