Las campanas de la crisis económica y política cubana están anunciando el despertar peligroso de la impaciencia de una sociedad que cada día tiene menos que perder.
La Habana, de julio.- El comunismo cubano, con todo el ritual megalómano de su ideología alucinada, sufrió una aplastante derrota moral en 1980, cuando más de 100 mil ciudadanos abandonaron la isla por el puerto del Mariel.
Nueve años después comenzaba el derrumbe de la Unión Soviética y sus satélites, y 1990 pondría al descubierto la naturaleza indigente de un sistema político estafador, con el implemento de un “período especial en tiempo de paz”, una de las tantas versiones de la miseria que genera la ineficiencia socialista.
Para 1994 la asfixia había vuelto a minar los pulmones de la esperanza de los cubanos y un nuevo éxodo de balseros ponía de manifiesto el persistente fracaso del régimen para generar desarrollo y bienestar para el pueblo.
La emigración sigue siendo la única salida de los cubanos que sueñan con una vida mejor, y cada año aumenta el número de los que arriesgan su vida para alcanzar ese sueño, mientras la tiranía depredadora que estrangula la isla continúa imponiendo, con su política de garrote, la doctrina torpe y soberbia de su quimera arruinada.
Pero el cubano que se arrinconaba y languidecía, cada vez tiene la paciencia más corta, el miedo más pequeño y la palabra más atrevida. Su contacto con el mundo exterior, a través de la Internet, lo ha despertado de su habitual indiferencia, y la red de solidaridad y complicidades se ha convertido en una alerta roja que no se puede ignorar.
El nuevo período de restricciones y carencias, que el gobierno cree que clavará otra vez en el corazón de los hogares cubanos, se puede convertir –para la tiranía- en una gran explosión de puños cerrados, amenazantes y dispuestos a todo, golpeando la noche indolente de los martirios hasta que no quede en pie un solo verdugo.
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VAMOS A VER HASTA CUANDO SE ACABA EL DESASTRE.