El derrumbe del poder soviético representó un alivio para los zares del socialismo ruso. La corrupción dentro de la élite gobernante, la incompetencia congénita que genera el centralismo y la marcada desigualdad, entre el pueblo -cada vez más empobrecido- y la aristocracia de Estado –cada vez más enriquecida- convirtieron la propuesta socialista en un proyecto definitivamente insalvable e indefendible.
El comunismo de izquierda, marcado por una ideología alucinada, basada en un fatalismo atrincherado detrás de interminables conspiraciones y tenaces suicidios, cedió el trono de su paranoia al comunismo de derecha, un modelo político más lucrativo y menos comprometido con los discursos moralistas cargados de promesas que jamás se cumplen.
Los dirigentes rusos, ya no son políticos corruptos enriqueciéndose a costa del sacrificio del pueblo (eso ya lo hicieron en el pasado); ahora son empresarios, dueños de enormes fortunas, propietarios de pequeños ejércitos privados provistos de respetables arsenales de armamentos que no sólo garantizan su seguridad, sino que los convierten en una amenaza potencial contra cualquier movimiento social que promueva justicia y desarrollo económico sobre la base del interés común.
El gobierno ruso sigue siendo tan bolchevique y comunista como en los días gloriosos del marxismo de Lenin y Stalin; su poder militar sigue estando al servicio de los socialismos que violentan, reprimen y empobrecen a sus pueblos.
Ellos consideran como una extraordinaria misión histórica el mantenimiento de la bipolaridad de fuerzas. El mundo debe continuar dividido, porque un universo humano donde la paz, el respeto a la diversidad, las libertades individuales y los derechos humanos estén garantizados no se ajusta a sus propósitos de un liderazgo absoluto donde la única alternativa a la propuesta oficial sea la muerte.
Lo más peligroso de este comunismo de derecha es su habilidad para desarrollar estrategias diplomáticas fraudulentas que les permitan ubicarse lo más cerca posible de las democracias que quieren destruir.
En su afán por sobrevivir a su propia muerte se aparean con fórmulas económicas liberales y arrojan su fracasada ideología a los pies de los capitalismos más desarrollados; firman acuerdos y se comprometen a respetar los derechos y libertades fundamentales expresados en los tratados internacionales; y tras esta mascarada ocultan la guillotina que hará rodar la cabeza de la libertad una vez que el descuido de los necios y la indiferencia de los perezosos los vuelva a sentar en el trono ensangrentado de su esclavismo.
Los comunistas no descuidan su lucha obsesiva por conquistar y retener el poder; no se dan tregua, y cuando descansan lo hacen parados sobre el cadáver de la libertad.
Lo peor de todo, es que cada vez son más los gobiernos inescrupulosos (sobre todo en América Latina) que con absoluta desfachatez quieren imponer a sus pueblos políticas totalitarias, mientras las democracias poderosas -cruzadas de brazos- dan patente de corzo a los verdugos y abandonan a su suerte a los pueblos desamparados, sin reparar que el peligro de una nueva guerra fría, más cruel y devastadora, se cierne sobre todos; una guerra fría de pólvora y metralla que quemará, en la hoguera de la furia y el odio, todo el patrimonio de la piedad humana.
Por Ernesto Aquino Montes
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