El corredor de la muerte

Por |2020-04-04T11:20:21-06:004 abril, 2020|Alimentación, La Nueva República, Medicinas, Sanidad|Sin comentarios

Cuando la muerte y la incertidumbre ya tenían al mundo sumido en el pánico y la desesperación y la Organización Mundial de la Salud había decretado la fase de pandemia, en Cuba las medidas de prevención brillaban por su ausencia y seguíamos fuera de la realidad, como flotando en el limbo estelar de esa indiferencia estafadora de los que creen que siempre están a salvo. Nos conducían hacia el corredor de la muerte.

 

El coronavirus era “otra gripe más” de las tantas a las que sobrevivimos cada año. La suciedad y la aberrante falta de higiene ambiental con la que tiene que convivir el cubano (muy a su pesar) todos los días de su mísera existencia, sumada a la mala alimentación y la ausencia de medicamentos, nos hace creer que somos poseedores de una resistencia inmunológica que nos protege contra cualquier enfermedad infecciosa.

 

Claro que la realidad es diferente, y la irresponsabilidad y la ignorancia ciudadana son excelentes sepultureros que, en alianza con la ineficiencia, la desinformación y la corrupción estatal, se convierten en los grandes arquitectos de las fosas comunes.

 

Pero si reprochable es la tardanza en implementar los protocolos pertinentes para combatir una epidemia, mucho peor es agravar la crisis aumentando la carencia de productos vitales para que la ciudadanía tenga garantizada la asistencia básica dentro de sus hogares y la forzosa evacuación temporal se cumpla de forma disciplinada. Sin embargo, como en todas las crisis (sin importar de la naturaleza que sean) el régimen cubano ha vuelto a aplicar la lógica inversa.

 

El arroz liberado desapareció de los mercados; el jabón de lavar y de tocador, que ya eran productos deficitarios, desaparecieron; el cloro, la lejía y otros desinfectantes tan imprescindibles en la limpieza de superficies se han convertido en rarezas intermitentes muy difíciles de encontrar y el alcohol de 90 grados (recomendado por las autoridades sanitarias para desinfecciones rápidas), definitivamente inalcanzable, a veces hasta en los centros hospitalarios.

 

Por su parte, el agua potable, ya de por sí insuficiente, ha sufrido recortes importantes que reducen gravemente las posibilidades de garantizar una mayor y efectiva higiene personal.

 

En cuanto a las mascarillas, también llamadas nasobuco (porque cubren la zona nasal y bucal), el cubano ha tenido que recurrir al reciclaje de cualquier material textil para su confección porque el gobierno no las provee, aun cuando sabe que esas mascarillas deben ser fabricadas bajo supervisión especializada y cumplir con parámetros interna-cionales específicos, lo que convierte las mascarillas caseras en peligrosos accesorios.

 

Pero de alguna manera, los cubanos en la Isla buscan minimizar los riesgos protegiéndose durante la inevitable interacción a la que se ven obligados cuando, para proveerse de algunos recursos, tienen que someterse pacientemente a interminables colas (filas) para tratar de paliar sus dramá-ticas urgencias en un país que, por su desamparo económico, se ha convertido en un inexpugnable corredor de la muerte.

 

Por Ernesto Aquino

Artículo de La Nueva República

Edición 261-A

CubaCid.org

Deja tu comentario