El mismo día de la muerte de Franco mi entrañable amiga Rachel cumplía sus quince años en un remoto pueblo de Extremadura, sus padres eran los maestros del pueblo y también los connotados «rojos» del lugar. Los compañeros de clase de Rachel fueron al cumpleaños y a la media hora ya estaba la Guardia Civil advirtiendo a sus padres de que, aquél, era un día de luto para España y que había que estar triste.
Cinco veces se presentaron infructuosamente los guardias hasta que, a eso de las seis de la tarde, los padres de Rachel diesen por terminada la pequeña fiesta. El asunto se quedó ahí. Ya para entonces la dictadura de Franco era solamente la sombra de lo que había sido.
Recientemente, Rachel y yo nos vimos en el norte de España. Hablamos de Cuba. Yo le contaba que algunos de mis ancestros vinieron de Santo Domingo a aquella Isla para luchar contra España pero que, al final, sólo habían logrado una república retuerta y coja. Dicen que mi ancestro Félix Marcano, a modo de queja, requería a los cubanos porque hablaban en demasía, no sé si tenía razón…
El caso es que nunca logré comulgar con la dictadura que me tocó vivir hasta mis 24 años cumplidos, no logré aceptar la monstruosa quimera babosa del “hombre nuevo”, era como si desde su tumba en Jaguaní, mi ancestro dominicano me dijera sotto voce, «ojo, no te fíes, hablan mucho».
Le conté a Rachel que tampoco lograba olvidar al niño que, en los brazos de su padre, recibió un huevo de gallina en plena carita porque su familia se quería marchar de Cuba al final de los años 70, – me gregunto – ¿ qué ha sido de ese niño ?, ¿ qué odio, qué furia atolondra aún el corazón de sus padres ?, también le conté que no lograba olvidarme de Nenita Longoria subiendo al camión militar que todas las mañanas frenaba ruidosamente en la calle Martí de la ciudad de Bayamo para llevársela a trabajar la tierra porque los “compañeros del partido” habían decretado que si ella quería largarse de Cuba, tenía que “doblar el lomo para el pueblo trabajador “, Nenita murió hace poco en Miami, nunca sabré si al final de su vida ella les habrá perdonado la afrenta.
Rachel y yo anduvimos tres veces seguidas el kilómetro y medio de largo que tiene la playa de “La Concha” en San Sebastián, hablamos de todo un poco y como para que no hablásemos más de los muertos, me dijo : «sabes, los tiranos al morir, hieden por años».
Por Luis Tornés Aguililla. 6 de diciembre de 2016.
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