Yo era un niño flaco y bajito que estaba por cumplir los 16 años y participaba en la guerra de guerrillas contra Batista. Acababa de llegar al campamento de Mata Yeguas en la finca El Carmen y después de entregar el mensaje que traía desde el Llano de Maceira me acosté bajo la sombra de una enorme mata de macaguita a descansar de la larga caminata entre potreros, bosques y cañaverales por los que anduve para evadir a las patrullas del ejército de Batista que se movían en la zona en busca de los rebeldes.
De momento desperté y vi montado en un caballo a un guerrillero parado muy cerca de mí. Mirándome fijamente me preguntó: “¿Estás cansado?”. Sin darle mucha importancia, con un movimiento de la cabeza, le contesté afirmativamente. Se sonrío y continuó su camino a la tienda de los Aranda, donde estaba la comandancia en aquel momento.
Antonio Abella, un amigo y vecino nuestro de Sabanilla, cerca de El Cristo, vino donde yo estaba y me preguntó:
-¿Que te dijo el comandante?
Yo le pregunté:
– ¿Cuál comandante?
– Ese que te habló es Huber Matos.
A pesar de haber estado estado en la guerrilla como dos meses, fue la primera vez que le vi y me extrañó que fuera él por la sencillez de su actitud, su forma de vestir y por el caballo tan destartalado que montaba. Desde siempre su modestia y sencillez le acompañaron.
Como media hora más tarde Huber llamó a toda la tropa allí presente y les dio instrucciones a todos y cada uno de sus capitanes. Necesitaba enviar un mensaje urgente a una avanzada que tiene apostada en el poblado de La Torre que estaban preparando una emboscada a un convoy del ejército proveniente de la zona de Guantánamo que iba rumbo a Santiago para abastecerse y que obligatoriamente tenía que desviarse por aquellos caminos y potreros, porque el puente de la carretera sobre el río Guaninicun había sido quemado.
Huber explica que no quiere que sean atacados en su vía hacia Santiago, pues le habían informado que regresarían al día siguiente. El capitán Duque le dijo a Huber que mejor los atacáramos en la retirada porque estaban cansados y casi no tenían balas. Huber le contestó que como estaban confiados en que en esa zona no había peligro regresarían bien abastecidos, los sorprenderíamos y lograríamos un buen botín, que no importaba que regresaran bien armados.
Al casi terminar la reunión el teniente José Martí Ballester me ordenó: «Flaco, monta que vas para allá a llevar las órdenes». Cuando ve que me paro, el capitán Félix Duque le dice a Ballester: «Y esa es la mierda que tú vas a mandar?». Sin pensarlo le replico «más mierda eres tú, coño». Duque viene para encima de mí con malas intenciones y yo salgo a su encuentro, Huber me agarra por la camisa y grita: “Hey, vamos a dejarnos de guaperías y resolvamos problemas y mirándome me pregunta: “¿tú conoces la zona? Le respondo: «Hasta la última mata de guayaba desde aquí hasta San Luis». «Pues monta que ahora mismo escribo la nota.» Duque, aún molesto le dice a Huber, ¿»Tu viste lo que me dijo? Y Huber le contestó sonriendo: «Por eso es el que va, conoce la zona y no te tiene miedo, así que no creo que le tema a nadie». Así de justo Huber siempre fue.
Al día siguiente la emboscada se hizo en el potrero de Wilson, fue una batalla encarnizada porque venían tropas frescas y bien armadas. Hubo bajas importantes en ambos lados pero pudimos derrotar a las tropas del ejército y obtuvimos una buena cantidad de armas, municiones y alimentos. Fue mi bautizo de fuego y obtuve una carabina M-1.
En otra ocasión, en la toma de la Microonda, un fuerte en un cerro alto muy protegido porque controlaba las comunicaciones de todo el ejercito en la zona, vi a Huber en medio del combate con un pie enyesado que le dificultaba andar llegar a todas y cada una de las trincheras, preocupándose por si nos faltaban municiones o si alguien necesitaba ayuda médica, siempre dándonos ánimo. Caminaba con dificultad pero como siempre, de pie, sin temor a la balacera en que estábamos metidos. Cuando llegó a la nuestra nos preguntó si necesitábamos algo y el teniente Abella le dijo: “Si, necesitamos que te agaches porque nos vamos a quedar sin comandante”.
Ese fue el Huber Matos que yo conocí admiré y respeté siempre, un idealista, un hombre íntegro que nunca aceptó una injusticia ni se doblego ante nadie. Estuve con él dos días antes de su muerte.
Por Ángel Bueno, delegado del CID en Republica Dominicana
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