El pueblo cubano está recuperando su valor ciudadano con un despertar de alaridos y reclamos confrontativos que presagian una peligrosa tormenta social de proporciones apocalípticas.
Con las nuevas medidas económicas y el elevado y creciente nivel de contagio provocado por el COV-19, y todas las inútiles estrategias para controlarlo, el régimen ha golpeado con alevosía inescrupulosa la escasa y maltrecha paciencia que le va quedando al cubano.
La hambruna, la incertidumbre, el aumento de la represión contra las manifestaciones de descontento y la complicidad de ciudadanos al servicio de la tiranía han encendido una llama de rebeldía que amenaza seriamente con convertirse en un furioso y enloquecido fuego incontenible.
La libertad de expresión ha minado el cuerpo social como el único recurso liberador de la frustración y la impotencia de un pueblo sometido y estafado, que abandona su lealtad a la esperanza que lo ha mantenido por más de 60 años en el subdesarrollo y la indigencia de una vida miserable.
Los pueblos, largamente sometidos por los regímenes totalitarios, no entienden de pluripartidismo ni democracia. El miedo, que los ha mantenido encadenados a sus miserias coti-dianas, encuentra alivios a su parálisis existencial en los pasadizos oscuros de la queja y el lamento a media voz.
Pero cuando ese recurso anestésico de lamentar y quejarse es también víctima del acecho y la penalización, entonces vivir o morir se funden en una sola identidad de pólvora y metralla y el miedo se transforma en una bala de cañón.
Un hombre fue arrestado recientemente por cantar el Himno Nacional…. O quizá la causa del arresto sólo haya sido el peligroso llamado del último verso: “¡A las armas, valientes, corred!
Por Ernesto Aquino
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