Tener un bote en Cuba es casi como tener una pieza de museo. Se necesitan muchos permisos para poderlo navegar, así como iniciar trámites que duran largos meses y no siempre terminan en autorizaciones concedidas. Lo increíble es que Cuba sea una Isla cuya configuración alargada le confiera miles de kilómetros de costa, que para remate poseen innumerables puertos naturales de singular belleza, y su pesca sea tan pobre.
La posibilidad geográfica de contar con una cantidad inigualable de marinas, que trae aparejadas grandes potencialidades para el desarrollo pesquero local, son características que el gobierno no aprovecha. Teniendo tan cerca el mar es contradictorio que resulte tan difícil comer pescado.
La pesca de ciertas especies está completamente vedada. Es ilegal, por ejemplo, atrapar langostas si estas no van destinadas al consumo en las redes estatales, que las comercializan a precios astronómicos. Lo mismo ocurre con los camarones o ciertos peces como la aguja y grandes especies, muy apreciadas en el mercado mundial. Algo que no tendría ningún sentido, a no ser el interés de conservar las especies. Pero se sabe que esto último no es la verdadera causa de tantas dificultades legislativas, sino que se trata de la voluntad de los dirigentes de poseer el país sólo para ellos.
Es complicado en extremo llevar productos del mar a las casas cubanas. Los pueblos pesqueros sufren excesivos controles en sus vías de acceso, porque los pescadores no pueden comerciar libremente el resultado de su esfuerzo. La policía practica decomisos, revisiones exhaustivas en los transportes que van de esos pueblos a los centros de distribución que han debido proliferar en la clandestinidad. Pescar lo que el mar ofrece a todos es un delito. Es obvio que tantos controles encarecen el producto, que no obstante llega a las neveras de quienes quieren hacer, al menos una vez al año, alguna comida especial con su familia.
Está el caso de La Habana, una ciudad que incluso siendo costera no oferta pescado o productos similares en casi ningún lugar, a no ser en algunos restaurantes privados de los llamados popularmente “paladares”.
Diríase que la política del gobierno cubano es que mientras menos personas haya en el mar, mejor. Tantos controles, regulaciones, prohibiciones… sólo pueden significar eso. La mayoría de los cubanos tiene muy cerca el mar, y sin embargo, ¡está tan lejos la riqueza que el Caribe es capaz de brindar!
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Por Víctor Ariel González
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