A fuerza de atribuirle poder a la apatía, por temor a enfrentar ciertos peligros, se acaba olvidando la importancia que tiene el ejercicio de la voluntad propia: Y no se ganan batallas esperando que el enemigo se rinda, ni se vencen los poderes destructivos de la ineficiencia contribuyendo, con la indiferencia, al deterioro de lo que tenemos el deber de salvar.
Es un error de lesa libertad, dejar que nuestros sueños y aspiraciones de alcanzar una vida mejor mueran abrazados a un compromiso de lealtad, por respeto a un ideal que ha sido traicionado. Somos cómplices pasivos de la crueldad cuando -por miedo o intereses mezquinos- contemplamos, cruzados de brazos, cómo los poderes que deben servir se envilecen con el abuso.
Hemos pagado un precio demasiado alto por haber rendido la responsabilidad común al poder absoluto de un solo hombre.
Comenzamos sacrificando la razón para restarle trascendencia a los primeros errores, y terminamos aceptando las promesas como la única esperanza ante el fracaso.
Cambiamos el destino de un pueblo de héroes luminosos por el proyecto suicida de una existencia de mártires sombríos. Y traicionamos la herencia que debimos honrar.
Todos somos culpables. Le fallamos a la Patria. Nos refugiamos en la evasión y el escapismo, y hicimos de la doble moral un evangelio, ya ni siquiera sabemos quiénes somos. Y la ansiedad por acabar con la agonía, sólo consigue que se extienda más el abismo ante nosotros y nos convierta en patrimonio del vacío.
Ahora es el momento de redimirnos a través del sacrificio pleno; y salvarnos, asumiendo nuestro deber ciudadano, con aquella dignidad que nos faltó para evitar el crimen.
Por Ernesto Aquino
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