El progreso sin libertades conduce a niveles de represión diabólicos como China está demostrando

 

Octubre 8 de 2019. El Secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, dijo que Pekín había instituido «una campaña muy represiva» contra los uigures, kazajos, kirguisos y otros grupos étnicos en Xinjiang, incluyendo «detenciones masivas en campos de internamiento; vigilancia generalizada y de alta tecnología; controles draconianos de las expresiones de las identidades culturales y religiosas; y la coerción de personas para que regresen del extranjero a un destino a menudo peligroso en China». Fuente RFE/RL

En “El capitalismo chino y la mano visible del Partido Comunista” de Ignacio Ávalos, se ilustra el sorprendente progreso económico de China, resultado de la alianza entre el capitalismo y su partido único y  se explora la preocupación de que su modelo pueda ser considero una vía legítima de desarrollo. Es cierto, China desde que Deng Xiaoping en 1980 comenzó el desmantelamiento del férreo e ineficiente control estatal de la economía impuesto por Mao, que había hundido al país en el caos institucional, conflictos sociales, desencanto y pobreza, comenzó un despegue económico vertiginoso en colaboración con las empresas capitalistas transnacionales y aprovechando los mercados de los países capitalistas.  Lamentablemente el crecimiento económico de China no ha resultado en un aumento de las libertades sino en todo lo contrario. Su gobierno se ha vuelto más agresivo, expansionista en el campo internacional y auténticamente perverso en el control y represión de las libertades personales y de las minorías étnicas.   El argumento de que si China podría ser considerado un modelo de desarrollo no deja de tener precedente histórico, la Alemania nazi -también dictatorial y capitalista como la China actual- salió de las ruinas para convertirse en una potencia industrial y militar que tuvo en jaque al mundo civilizado hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.  Sin embargo, no podemos ignorar que los países europeos, democráticos y capitalistas, después de haber sido semi destruidos en esa guerra, en conjunto hoy son la segunda economía del mundo.  Ni tampoco desconocer que la India, democrática y capitalista, se proyecta como la tercera economía del planeta para 2030.  A la vista está que el progreso en términos económicos no es el progreso en términos de desarrollo humano, el progreso sin libertades conduce a niveles de represión diabólicos como China está demostrando.

 

El capitalismo chino y la mano visible del Partido Comunista

por Ignacio Ávalos

Reproducido por La Nueva República de El Nacional, Venezuela.

 

Hace pocos días se celebró, con un imponente desfile militar, el 70 aniversario de la llegada del Partido Comunista al poder en China, marcando una época, sobre todo durante el último cuarto de siglo, con Deng Xiaoping a la cabeza, de cambios profundos que han desdibujado su perfil socialista, el que Mao y sus seguidores le trazaron.

 

Cierto, la transformación de China ha sido espectacular. Desde principios de los ochenta, la economía se encuentra entre las que más crecen en el planeta, según lo demuestran el tamaño del PIB (que ha crecido a un promedio de 10% durante los últimos años), su creciente participación en la economía mundial, los niveles de consumo y en general todos los indicadores que suelen emplear los técnicos para medir los asuntos del desarrollo, incluso el esfuerzo descomunal invertido en la educación de su gente, todo ello sin rehuir, por cierto, su decidida participación en la carrera armamentista con Rusia y Estados Unidos.

 

Pero se observan, así mismo, cifras elevadas de desempleo, marcados desequilibrios regionales, niveles muy altos de contaminación ambiental (China es uno de los principales causantes del cambio climático y consume cerca de la mitad del carbón que se produce en el mundo), notable desigualdad social y como estos, otros aspectos que traslucen un desarrollo que, si bien es notable, tiene sus luces y sus sombras.

 

China navega capitalismo en popa. El suyo es un capitalismo rudo, por no decir salvaje, y busca ser la primera potencia económica del planeta y cuenta, incluso, las agallas propias de una nación imperialista. No reinventó, entonces, el socialismo, tratando de amoldarlo al siglo XXI, según pregonan con terquedad de algunos ideólogos, no sé si dogmáticos o despistados, sino que instaló el capitalismo a su estilo, bajo la mano visible del Partido Comunista, controlando cuidadosamente los espacios a la otra mano, la invisible del mercado.

 

Qué diría Orwell

 

Por donde quiera que se le mire el suyo es un gobierno despótico. El Partido Comunista es la madre de todas las organizaciones y el cargo de presidente, desempeñado por Xi Jinping, concentra todos los poderes y supone su permanencia indefinida en el puesto. La participación de la gente en la orientación del proceso social es muy limitada. La organización de los trabajadores siempre resulta muy cuesta arriba. Y por citar apenas un último asunto, el informe de los organismos internacionales en cuanto a los derechos humanos es casi impresentable, entre ellos el de Human RightsWatch. En China pareciera, así pues, asomar un capitalismo de Estado incubado dentro de un férreo autoritarismo político que ofrece estabilidad y altísimas tasas de crecimiento económico. En algunos estudios lo han calificado de “tecnodictadura”, expresión de un modelo fundamentado en los últimos avances tecnológicos, que prefiere abiertamente el “orden” por sobre la libertad.

 

En este sentido cabe mencionar entre otras cosas, que el gobierno usa cada vez más circuitos cerrados de televisión, grandes bases de datos e inteligencia artificial con el objetivo de estudiar el comportamiento, las esperanzas, los miedos y los rostros de los ciudadanos chinos e impedir la disidencia y los desafíos a su autoridad.

 

Es sabido, por diversas fuentes, que el régimen chino estableció bases de datos de “crédito social” en línea, acompañado de una suerte de “carnet por puntos” (cualquier parecido con el gobierno venezolano es simple ocurrencia), lo que sugiere que eventualmente podría lanzar una sola calificación para todos los ciudadanos chinos, que incluye evaluaciones crediticias, comportamiento en línea, registros de salud, expresiones de lealtad al partido y otras informaciones, mediante la mayor utilización de la inteligencia artificial, el reconocimiento de voz, los datos masivos y otras tecnologías digitales, al paso que restringe el acceso de los ciudadanos a Internet mediante una nueva versión de la Gran Muralla China.

 

En 2015 el presidente Xi Jinping aprobó un plan estratégico orientado a modernizar su base manufacturera mediante el desarrollo de diez sectores de alta tecnología, entre los que figuran la robótica, los vehículos alimentados por nuevas energías, la aeronáutica espacial, la inteligencia artificial e incluso la genética. Pekín aspira, así, a lograr una autosuficiencia de 70% en las áreas escogidas.

 

Y la cosa va tan en serio que en 2017 fue el país del mundo que registró más patentes (43,6% del total), más del doble que Estados Unidos, y en 2018 su inversión en Investigación y Desarrollo (IyD) representó 2,1% de su PIB frente al 1,4% de 10 años atrás. En el mismo sentido vale la pena hacer notar que ya figura como potencia en campos como la inteligencia artificial, el big data y la robótica y varias de sus empresas se codean con las más importantes en el escenario internacional. Habrá, pues, que ver cuáles son las consecuencias que derivan de este dominio chino en el resto del mundo

 

Hasta en el fútbol

 

En los últimos años el gigante asiático aspira, así mismo, a figurar de manera estelar en el fútbol, en el que su actuación ha sido hasta ahora muy modesta. En función de lo anterior, ha convertido el desarrollo del balompié en un asunto de Estado y tiene como objetivo que el país sea una «superpotencia mundial de fútbol» dentro de pocos años y para ello, aparte de fortalecer su liga profesional, atrayendo entrenadores y jugadores de todas partes del mundo, está realizando importantes inversiones en infraestructura (estadios, canchas, centros de entrenamiento). Según el plan propuesto, llevado a cabo por la Federación China de Fútbol, se ha previsto destinar alrededor de 800.000 millones de dólares durante la próxima década y se espera que el año 2020 el equipo masculino figure como el mejor de Asia y sea campeón mundial a más tardar dentro de 15 años.

 

La idea es, pues, sustituir a Europa como nuevo eje del balompié mundial, no solo en el sentido meramente deportivo, sino, sobre todo, desde el punto de vista comercial. Así, el fútbol seguramente tomará otros rumbos y asumirá otros esquemas, quién sabe con qué consecuencias.

 

Y como se dice del fútbol se dice, en general, del deporte. Resulta difícil suponer que China no resulte el país que obtenga más medallas en los próximos Juegos Olímpicos.

 

¿Modelo para estos tiempos?

 

En resumen, China ha adoptado, desde hace tres décadas, un capitalismo sui generis, que combina con una forma de gobierno asentada en el partido único y la centralización del poder, un formato que los chinos han dado en identificar, más antes que ahora, como “socialismo de mercado”, buscando hacer simbólicamente amigables la hoz y martillo con el sistema capitalista peculiar, conforme a un injerto que comienza a verse con simpatía en algunos sectores ideológicamente variopintos, en diversas partes del planeta.

 

Mala noticia esta, me parece. Preocupa pensar que el modelo chino pueda ser considerado como una opción política deseable frente a los desafíos que derivan de la denominada Cuarta Revolución Industrial, cuyas implicaciones abarcan, de manera radical, todos los ámbitos de la vida humana.

 

CubaCID.org

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