Un nuevo toque a degüello contra el sector privado laboral en Cuba ha traído de regreso las viejas incertidumbres, temores y desesperanzas para los cuentapropistas. En otras palabras el regreso de los fantasmas que no se van. La constante y progresiva intromisión del Estado en los asuntos internos de los negocios privados tiene a los cuentapropistas al borde de la paranoia. La nueva disposición gubernamental, que obliga a los privados a disponer de una cuenta bancaria y la fijación de salarios mínimos, son dos de las nuevas normativas que tienen sumido al sector laboral privado en un profundo e irreconciliable disgusto.
El campanazo de alerta roja comenzó después del discurso del presidente Díaz-Canel en Naciones Unidas, donde arremetió con la obsoleta y aburrida retórica marxista contra el capitalismo, a quien el mandatario cubano, como sus predecesores, sigue culpando de todos los males sociales de la humanidad.
Parece haber pocas dudas sobre que, “cuentapropismo” es una de las corrupciones semánticas más acertadas del lenguaje socialista, porque lo cierto es que los negocios privados en Cuba no clasifican dentro de los parámetros de la más elemental libertad de mercado.
Para el “trabajo no estatal”, lo privado es una fantasía que se esfuma al más leve contacto con las regulaciones coactivas del Estado. Lo que todavía continúa siendo un misterio indescifrable es la irreconciliable contradicción del socialismo que, por una parte aboga por la desaparición del capitalismo, mientras por otra convoca a los capitalistas para que inviertan su capital para seguir sosteniendo su fracasada economía centralizada.
La política de cuerda floja y tira y encoge del gobierno cubano, respecto al trabajo privado, no parece hallar lugar para el asentamiento próspero y creíble, porque resulta del todo ridículo y absurdo la inclusión del trabajo privado en la constitución socialista, mientras que por otro lado ese mismo socialismo sigue alimentando la utopía psiquiátrica de destruir el capitalismo.
El régimen cubano tiene que tomar una decisión seria y definitiva sobre el destino del trabajo privado. El disgusto de los cuentapropistas podría desembocar en una crisis importante de las ofertas y los beneficios que están solucionando las carencias del ciudadano promedio, y esa crisis podría incentivar el malestar ya existente de un pueblo cansado de esperar.
Por Ernesto Aquino.
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