Se aproxima el fin de año, sin mayores expectativas que las de años anteriores. Se cierra otro ciclo de estatismo y reiteraciones improductivas que se abrirá con la llegada del año venidero, para entregarnos la misma puesta en escena deprimente y decepcionante.
Las calles mal iluminadas, cuando no oscuras, serán el telón de fondo de un pueblo sin alegría dando tumbos, entre la esperanza de emigrar y la lucha por sobrevivir y alimentarse.
Los parques, convertidos en embajadas emergentes, seguirán alimentando el futuro cubano que, a través de la Wi-Fi, trata de gestionar su sueño de bienestar y desarrollo, entre súplicas, negociaciones desleales y ofrecimientos indecorosos.
La isla ya no duerme. Convertida en un gigantesco circo ambulante, de gente temeraria y temerosa, se desgasta en una perenne vigilia persiguiendo el fantasma de las oportunidades en un juego sin reglas.
El siglo XXI cubano es una ilusión del siglo pasado. Una novia abandonada a las puertas de la iglesia, que termina casada con la fe.
Un baile de máscaras y mímicas, que va disimulando la cordura con una mueca paranoica y cínica que se inventa el día siguiente desde la noche interminable de sus frustraciones.
Se acerca el comienzo de otro año viejo; de otro repique de campanas por la muerte de todo, mientras en el rostro de cada cubano se dibuja una sonrisa enigmática e injustificada que produce tristeza y escalofrío.
Por Ernesto Aquino Montes
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