Los catorce cubanos, artistas e intelectuales, del Movimiento San Isidro no marchaban en la calle exigiendo la libertad de Denis Solís, un compañero condenado injustamente a ocho meses de prisión porque policías, jueces y fiscales violaron las leyes vigentes. Estaban en su sede leyendo poesía y pidiendo la libertad de Denis. Pero es que en Cuba no puedes protestar pacíficamente ni en tu propia casa. Si lo haces eres un mercenario o un terrorista vinculado al “imperialismo”; además eres un inmoral por tu manera de pensar, vestir, bailar o divertirte. En resumen eres un “gusano”, “un vende patria”, “un traidor” que no merece otra cosa que la prisión o la muerte.
Por eso la tiranía ordenó que no dejaran pasar comida a la casa donde estaba el pequeño grupo, creyendo que con eso los doblegarían. Todo lo contrario, indignados por la acción respondieron con una huelga de hambre que despertó angustia y simpatía en la población y notoriedad en el extranjero.
El régimen asustado empezó a multar y a detener a quienes por solidaridad intentaban llegar al lugar. El pueblo no quería que murieran. La dictadura imaginando un tsunami de protestas vistió a gorilas de médicos para justificar una supuesta medida sanitaria contra el Covid y asaltaron el lugar en la noche del 26 llevándose a la fuerza a todos y despojándolos de sus teléfonos.
Entonces los medios oficiales castristas: radio, televisión y prensa– todos los medios en Cuba- comenzaron una campaña de descrédito usando calumnias, videos y fotografías, todo falso o fuera de contexto.
El 27 de noviembre el Cardenal Juan de la Caridad García, Arzobispo de La Habana, interpretando el sentir del pueblo, en su homilía afirmó: “Un día el bien derrotado vencerá al mal triunfante…”
Desde entonces en un despliegue intimidatorio que demuestra el temor de la dictadura, miles de represores conocidos como boinas negras patrullan las calles de las ciudades de Cuba y vigilan las casas y los movimientos de los opositores.
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