Desde su llegada al poder, el gobierno de Cuba está violando sistemáticamente los Derechos Humanos, del mismo modo que viola –con absoluta insolencia- todos los pactos y acuerdos en los que se compromete a respetar los derechos y libertades reconocidos en esos documentos.
Decenas de miles de evidencias y testimonios han sido presentados a lo largo de más de 50 años por las propias víctimas, sus familiares, periodistas independientes, activistas y organizaciones dedicadas a velar por el respeto a la dignidad humana.
Las organizaciones internacionales que se consideran representativas en la defensa de los Derechos Humanos, tienen el deber de condenar al gobierno de Cuba por sus crímenes, e imponerle sanciones ejemplarizantes que lo fuerce a vivir dentro de los términos que exige la civilización, el desarrollo y la democracia.
El gobierno de Cuba debe ser condenado por los abusos, persecuciones, arrestos y encarcelamientos arbitrarios, torturas y tratos degradantes contra los prisioneros políticos, la sociedad civil independiente, activistas de derechos humanos, periodistas y miembros de movimientos políticos opositores.
El gobierno de Cuba es una tiranía totalitaria, y como tal debe ser reconocido; con independencia de las violaciones que ocurran en otros países y de los beneficios que hayan podido derivarse de su sistema político (que son muy cuestionables), porque ningún gobierno tiene autoridad moral para privar a sus ciudadanos del derecho a pensar y expresarse libremente a cambio de una educación gratuita de adoctrinamiento y una salud pública condicionada por intereses publicitarios.
Un gobierno de partido único, ya constituye una flagrante violación a la libre auto determinación ciudadana y a los más elementales derechos humanos.
Los gobiernos son servidores públicos; y cuando este principio no se cumple, el ciudadano debe contar con los instrumentos jurídicos y las libertades fundamentales para pedirle cuentas a los que gobiernan, o el ciudadano es un esclavo.
En nombre de todos los cubanos que han muerto defendiendo la libertad, y los que no nos cansamos de luchar por un mundo sin guerras, sin perseguidos políticos y sin tiranías, queremos dejar claro que nuestra condena no es una acción que nace del odio y el resentimiento, sino un acto de legítima defensa en nombre de la razón y la justicia.
Por Ernesto Aquino
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