No sé si sentir pena, cólera o vergüenza ajena por la persistencia humana en aferrarse a la esperanza romántica de los mesianismos y la fe de vitrina.
La maldad extrema de la codicia y la perversidad, y el avance desenfrenado del totalitarismo global han alcanzado una fuerza y un poder sólo comparables, en magnitud destructiva, con el peligro de las armas nucleares.
Millones de niños, en todo el mundo, están siendo víctimas de la pedofilia, el tráfico de órganos, la prostitución, el trabajo esclavo y el canibalismo a manos de una élite integrada por políticos, científicos, artistas, maestros de escuela, empresarios, policías y dueños de poderosas plataformas digitales.
El desparpajo inescrupuloso con el que las ideologías extremistas hablan, desarrollan y llevan a cabo sus planes de exterminio masivo, y sometimiento y control absoluto de la libertad a nivel mundial, han dejado de ser una amenaza para convertirse en una realidad concreta que pugna por establecerse como cotidianidad.
Pero los amantes de la democracia, la legalidad y el diálogo siguen instrumentando sus partituras con las mismas notas tibias de su balada humanista del triunfo del bien sobre el mal, mientras millones de seres son perseguidos, encarcelados, torturados, violados y asesinados impunemente por los grandes consorcios del crimen organizado de las poderosas mafias al servicio de los súper poderes económicos globales.
Estamos en guerra, una guerra despiadada que busca el exterminio de, al menos, la mitad de la población mundial y el control totalitario sobre los sobrevivientes. Estamos en guerra. Bajo el ataque de un fuego inquisidor que está demandando acciones radicales de defensa.
El mundo está asistiendo a su propia muerte, a manos de una élite que podría ser aplastada y reducida a cero en el momento que todas las víctimas se levanten al conjuro de un solo grito de guerra: ¡¡Basta, nosotros somos más!!
Por Ernesto Aquino
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