Entrevista de Steve Wakefield*, lunes 19 de octubre de 2015, publicado en Letralia**
Frank Correa Romero nació en Guantánamo, Cuba, en 1963. Escritor, poeta y periodista independiente. Autor de las novelas Pagar para ver (Latin Heritage Foundation, USA, 2011) y Larga es la noche (República Checa). Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y del Club de Escritores Independientes. Escribe para el periódico en Internet Cubanet. Actualmente reside en La Habana.
Hay situaciones que algunas veces demandan ser comunicadas de la manera más cercana posible a como ocurrieron. Pero no hay una forma de expresar el mundo sin una representación, y quien lo representa es el artista. El realismo no equivale a la realidad y no hay situación, por exigente que sea, que cambie esta verdad. La invención de términos tales como el realismo mágico o el realismo sucio puede dar la impresión de que exista un realismo puro que no necesite matiz. Pero esto siempre fue una ilusión. El realismo es un artilugio artístico como cualquiera. La realidad misma es un caos de acontecimientos que sólo cobran sentido cuando se representan lingüísticamente dentro de un texto, sea oral o escrito, el cual tiene que ser obra de determinada cultura y época, y caer por eso dentro de lo que llamamos un género. Semejantes realidades han encontrado su representación preferida por medio de una variedad de géneros según la cultura y la época dentro de las cuales se han representado. Y lectores (u oyentes) a través de los tiempos han expresado su admiración por una obra vista como bien hecha, sea épica, lírica, realista o cualquiera, exclamando: ¡Con cuánto realismo escribe!
Son las obras del cubano Frank Correa las que me desviaron por estas cavilaciones, y que son el sujeto de la siguiente entrevista. Después de muchos años de luchar contra la estrechez económica, escribiendo poemas, cuentos y novelas que le ganaron una ristra de premios dentro y fuera de la Isla pero ningún beneficio pecuniario, los últimos años ha visto por fin la publicación fuera de su propio país de dos novelas suyas: Pagar para ver (Latin Heritage Foundation, EUA, 2011) y Larga es la noche (Fra, República Checa, 2012). En estas novelas un protagonista-narrador parece errar por el mundo de la Cuba cotidiana, un mundo, claro, hecho estragos por el período especial, encontrando a algunos de los personajes que lo habitan y contando la historia de cada uno. Pero como muchos escritores de ficciones, Frank tiene otra vida como periodista. Gran parte de su obra más reciente consiste en reportajes de la vida cotidiana desde su pequeña isla dentro de una isla que es el reparto (como se le llama a los barrios en Cuba) de Jaimanitas, en el este de La Habana, reportajes que aparecen en las páginas del periódico en Internet Cubanet.
Frank, como la mayoría de la raza humana, se encuentra atrapado dentro de la necesidad de ganarse el pan, lo que en su caso le exige la producción de reportajes a cambio de los cuales le pagan ese pan unas fuerzas políticas radicadas en Miami (como a otros escritores independientes). El tipo de reportaje que produce Frank para Cubanet, prensa de disidencia, podría llamarse crónicas, es decir, cortas anécdotas sobre delitos, muertes y suicidios, fallos del sistema burocrático y actos de represión estatal. Y este tipo de crónicas sirve bien los intereses de quienes le pagan desde Miami, que quieren mantener un flujo continuo de pruebas de los delitos de la burocracia que rige en La Habana. Y Frank lo hace bien, y da prueba constante de su compromiso con las aspiraciones y necesidades de sus conciudadanos.
El reparto de Jaimanitas es el locus poco amoenus de la mayoría de sus escritos de ficción también. En sus ficciones, desde luego, este Jaimanitas real, con sus habitantes que Frank conoce personalmente como amigos, vecinos y caracteres locales, se encuentra enmarcado dentro de una historia ficticia pero no muy distanciada de su experiencia personal. La realidad de este escenario es algo que Frank considera (según conversaciones que he tenido con él) uno de los fuertes de su ficción. Pero el contenido autobiográfico de una obra puede ser también una limitación para la creatividad del artista. Aunque la autobiografía parece ser el más fácil de los géneros por ser el más inmediato a la experiencia propia, el escritor que aspira a ella puede fracasar por su ingenuidad en creer que la realidad que conoce tendrá tanta importancia para otro como tiene para él mismo, y acoplada con esta creencia está la de que el realismo, en el sentido de expresar las cosas como son, es el mejor género para representar la realidad. Claro que la vida personal siempre será una fuente de inspiración imprescindible para todo escritor; lo que es discutible es qué se hace de esta materia.
Algunos de los escritores más exitosos fueron periodistas en su tiempo y también se inspiraron de sus experiencias personales para construir ficciones. Sólo hay que pensar en otro cubano, maestro de la literatura latinoamericana, Alejo Carpentier, cuyas ficciones se inspiraron de fuentes que se encuentran mayormente en sus labores periodísticas. Pero leyendo las crónicas que publicó en la revista Carteles, y luego su obra maestra novelística Los pasos perdidos, se nota fácilmente, si no el proceso, sí el resultado de una transustanciación alquímica de crónica a ficción. Los dos géneros deleitan al lector pero no se confunden. En el caso de Carpentier, el cronista se ha señalado en su avatar final de novelista como artista consumado.
Hay veces en que se lee a Frank Correa y se nota que aún no ha dominado este proceso de transustanciación del género periodístico al novelístico. Frank fue poeta primero, luego novelista, y más recientemente periodista. La mayoría de su ficción todavía tiene la misma llaneza de sus crónicas. Por un lado la simpleza y desenvoltura del estilo de su ficción es su fuerte; por otro, la cotidianidad de su materia y, especialmente, el horizonte limitado de sus personajes, aburren y enfadan al lector. Pero a veces Frank da muestra de la capacidad de experimentar con otros géneros. Por ejemplo, dentro de Pagar para ver está encajado un cuento de fantasmas muy bien narrado, y tiene un cuento escrito pero aún no publicado titulado “Catano el campesino”, que es un ejemplo bien logrado del realismo mágico. Pero su mejor logro es un cuento llamado “La mujer del escritor”, que incorporó como tercera parte a su Larga es la noche. En “La mujer del escritor” casi todos los eventos y personajes que narra salen directamente de la realidad cotidiana de su Jaimanitas, pero Frank encuadra estas anécdotas dentro del marco de una narración ficticia según la cual el escritor se inserta en el personaje de un jinetero que aspira a aprovechar la ingenuidad de una yuma (extranjera) adinerada, pero termina por ser burlado por ella. Es un cuento que resuena de la picaresca, y responde también a la fantasía de todo escritor aspirante de “ser descubierto”. Lo que importa aquí es el uso que hace de su realidad cotidiana, insertando su cuento dentro de la fantasía de su protagonista-escritor, y produciendo así algo más que un mero reportaje de eventos y personajes de su Jaimanitas. En otras obras da la impresión de creer erróneamente que, ya que un Hemingway o un Kerouac escriben de una manera aparentemente fluida y sosegada, lo único importante es el estilo, y que no hace falta asunto o argumento. Pero “La mujer del escritor” tiene un argumento al que es subordinado cada aspecto de la narración y dentro del cual se encuadra perfectamente toda la gama de anécdotas y personajes de los que quiere informarnos.
Experimentos como estos, con otros géneros u otros vehículos para comunicar la realidad cotidiana, tienen la capacidad de transformar al cronista en artista logrado. Se piensa también en el García Márquez que transformó los cuentos de su abuela y sus experiencias periodísticas en obras maestras. Sólo el tiempo puede decir si Frank Correa sabrá transformar su Jaimanitas en Macondo. Y el día cuando eso pase, el lector exclamará: ¡Con cuánto realismo escribe!
Al día siguiente de publicada mi primera crónica en Cubanet me visitaron a mi casa dos oficiales de la Seguridad del Estado.
—Naciste en Guantánamo. ¿Cómo fueron tu familia y educación?
—Mi padre era panadero y mi madre ama de casa. La pobreza y la escasez fueron la nota más distintiva de aquella época. Estudié sin parar hasta el 12º grado. Luego de pasar el ejército como oficial de retaguardia y otras especialidades militares fui a la universidad en curso para trabajadores, la carrera Tecnología de la Producción Azucarera, y casi me gradúo, pero mis tareas como vicedirector de la Dirección Provincial de Comercio de Guantánamo me hicieron abandonar finalmente los estudios.
—¿Qué empleos has desempeñado?
—Antes de ser dirigente estatal fui oficial de las Fuerzas Armadas. Atendía las secciones de Cuadros y Armamento, también era profesor de Tiro y de Clases Políticas. Tal disposición me granjeó la categoría de imprescindible. La jefatura se oponía crudamente a mi licenciamiento y tuve que forzarlo. Ya en la vida civil transité como inspector de calidad en la Empresa Mayorista de Alimentos, jefe comercial de los Almacenes 637, jefe de departamento de Industrias Locales y vicedirector general.
En 1989, año del fusilamiento del general Ochoa y otros miembros de la élite revolucionaria, viajé a La Habana en la brigada constructora de la Uneca, que levantaban hoteles de turismo como maquinarias, por un salario mísero. Llegué de ayudante-albañil, al tercer día era el almacenero y a los pocos meses jefe del contingente. En mi novela Pagar para ver, editada por Latin Heritage Foundation en 2011, cuento eso, y lo que vino después, alquilado en una cabaña junto al mar en la playa Baracoa y avatares de ese tiempo perdido de la historia de Cuba llamada período especial.
Pudiera mencionarte muchos oficios que he tenido que desempeñar para vivir. Desde cartero, portero de cine, hasta ayudante de herrero, falsotechero, vendedor ambulante de confituras… Le agradezco a cada uno de ellos por enseñarme el mundo y dejarme buenos personajes literarios.
—¿A qué edad y cómo te decidiste a hacerte escritor?
—Siempre quise ser escritor, aunque no lo supe hasta un día en un parque de Guantánamo cuando un amigo me mostró un cuento que acababan de publicarle en una revista. Estaba sumamente molesto porque el editor le había cambiado una frase y me interesé al leerlo y le dije que yo podía también escribir uno.
Al otro día se lo llevé al mismo parque y entonces se disgustó conmigo: él había demorado un año en concebir su cuento, yo sólo un día en concebir el mío. Era Wichi Fournier, el perfeccionista, que me enseñó el ABC de la escritura. Ese año 1991 gané cinco premios y me publicaron un libro. Pensé que la literatura era coser y cantar, ¡joder! Lo que vino después fueron diecinueve años de censura. Me aceptaron como miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba pero no me publicaron nunca más.
En 2011 publicaron en Estados Unidos mi novela Pagar para ver, y en 2012 la editorial Fra, de la República Checa, publicó Larga es la noche, Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka.
—¿Cómo te convertiste en periodista independiente? ¿Qué beneficios te da?
—Al borde del paroxismo y el caos existencial, con mi tercera esposa embarazada otra vez (todos mis matrimonios los había perdido por insolvente), un amigo ya muerto me presentó a una periodista independiente y poeta, Tania Díaz Castro, que se interesó por conocer a “un escritor de la Uneac que se moría de hambre en Jaimanitas”. Me conectó con Cubanet, que en lo adelante publicaría regularmente mis crónicas, que eran literatura ajustada a los preceptos del periodismo.
Recuerdo que al día siguiente de publicada mi primera crónica en Cubanet, titulada “Inspectores improvisados”, me visitaron a mi casa dos oficiales de la Seguridad del Estado, preocupados porque “un miembro de la Uneac escribiera para un sitio contrarrevolucionario”. Les mostré la barriga de mi esposa de siete meses y el refrigerador vacío. Les dije que en la Uneac por diecinueve años no me habían publicado una letra, y una página de Miami sacaba un artículo y además me permitía comprar comida.
—Escribiste un cuento titulado “Catano el campesino”, una joya de la cuentística cubana. ¿De dónde sacaste esa idea?
—Aquel cuento es un suceso real. Me sucedió a mí mismo un tiempo en que estuve recluido en un sitio perdido de las montañas orientales llamado Tres Piedras. Pudiera decirse que el 80 por ciento de lo que escribo me ha sucedido a mí y el otro 20 a mis amigos. Cosas fantásticas, inexplicables, que sólo a través de la ficción resultan creíbles.
—¿Qué escritores te han inspirado más?
—El escritor que me ha inspirado más es sin dudas Hemingway, del cual he sentido a veces una especie de reencarnación de otra vida, muy distinta. También Doctorow, Kerouac, Dostoievski… Y sobre todo los artistas del Mará en La Loma del Chivo, Guantánamo, una tertulia literaria underground acosada tenazmente por el gobierno. Y Benny Moré, Bob Marley, Tego Calderón… La música ha influido tanto en mí como Antonio Machado y Julio Verne.
Los cubanos tienen mucha esperanza y fe en los tiempos que se avecinan, que no pueden ser de ninguna manera peores que los anteriores.
—¿Qué pasa en la literatura cubana actual?
—No tengo roce con otros escritores cubanos. Mi antiguo amigo, Alberto Guerra, actual presidente de la Asociación de Narrativa de la Uneac, cuando comencé a escribir en la prensa independiente se desmarcó de mí y siguió su rumbo. Como no leo escritores cubanos no puedo saber lo que piensan, pero no hay un real sentido de grupo ni un compromiso estético. Cada uno anda por su cuenta, intentando salvarse solos.
—En tus libros hay individuos que quieren escapar de Cuba en botes mal construidos. Das la impresión de que no estás de acuerdo con ellos. ¿Qué piensas de la gente que quiere escapar de Cuba de esta manera?
—Cuba es una isla. Toda su larga extensión de costas ha sido testigo por más de cincuenta años de salidas ilegales de todo tipo. Pero es por la costa norte donde más cerca se llega a Estados Unidos. Miles de historias se pudieran contar, de amigos y conocidos aventurados entre las olas en ese mar cruel. Miles murieron ahogados y otros han llegado a las costas de Florida desde 1959 y levantaron la ciudad de Miami. Los que se tiran al mar son personas desesperadas, hombres y mujeres de “cara o cruz”. Habría que preguntarse qué motivos pueden obligar a una locura así, poniendo en riesgo muchas veces la vida de niños inocentes.
—En estos momentos los gobiernos de Cuba y Estados Unidos parecen intentar un acercamiento político. ¿Qué actitud tienen los cubanos sobre este suceso?
—Los cubanos tienen mucha esperanza y fe en los tiempos que se avecinan, que no pueden ser de ninguna manera peores que los anteriores. Yo creo, y muchos deben creer igual que yo, que el mal momento ya pasó, sin dudas. Y fue un tiempo largo. Cincuenta y cinco años.
—Has dicho que lo que escribes casi todo es autobiográfico, ¿crees que pudieras escribir una historia no radicada en Cuba, o sobre una persona que no conozcas?
—No. Aunque lo intentara y escribiera una obra maestra sobre otro contexto y seres desconocidos, el cubano siempre va a estar ahí, presente en mi obra. Como algo obvio. Añadiendo el indudable surrealismo que brota a chorros de esta isla, la suma de todas las pasiones y utopías. En cuatro palabras: el ombligo del mundo.
Este último comentario de Frank encierra la debilidad esencial de su poética: la incapacidad de escapar de la realidad de su entorno para emprender ese vuelo imaginativo que engendra la ficción, y la mentalidad limitada de algunos escritores cubanos que ven a su Isla (sobre la que acostumbran escribir con mayúscula) como el inicio y el fin (el ombligo) de su mundo. Esta entrevista tuvo lugar en un momento aparentemente histórico en la historia de Cuba cuando parece que los gobiernos de Obama y Castro están intentando un acercamiento político. Y el proceso del relajamiento de control estatal sobre la economía —y, por eso, sobre el movimiento de sus ciudadanos y la producción de sus escritores— continúa avanzando poco a poco. Queda la posibilidad, sin embargo, de que cuanto más se relaje este aislamiento y la represión estatal sobre la libre expresión, tanto más los escritores cubanos de la disidencia pierdan el apoyo de organizaciones de derechos humanos, sean de Miami o de la República Checa, y en ese caso tendrán que competir en el libre mercado literario, donde es casi imposible que inicie camino el escritor desconocido. Ha tenido difusión la idea de que la casi imposibilidad del escritor cubano de ser publicado es culpa de la censura castrista (como se culpa de cada carencia al bloqueo). Poco se sabe dentro de la Isla de lo difícil que resulta ser publicado afuera, en el dicho mundo libre, por causa del mercado y la necesidad de representar un éxito financiero para la editorial. Frank Correa seguirá escribiendo porque lo lleva en su sangre, y como cubano seguirá la lucha para “resolver”. Esperemos que los tiempos venideros den más oportunidades que los pasados al libre vuelo del talento literario de Frank Correa, y también, que él encuentre asuntos más diversos para su ficción, asuntos que sobrevivan a la desaparición del régimen castrista que ha regido su mundo hasta hoy.
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