El abuelo de los príncipes, el “eterno heredero” Carlos, sucesor al trono del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, visitó Cuba acompañado de su esposa Camila de Cornualles, su eterna amante.
Entre sus actividades públicas, la más destacada por los medios informativos del régimen fue su servicio de honor a la figura del che Guevara, un homenaje que responde a una de dos motivaciones: o el príncipe de Gales es un ignorante de la historia, o la tradición monárquica de la que desciende lo ha convertido en un admirador de las monarquías ideológicas.
Lo cierto es que la historia cultural, filosófica, económica e intelectual de Gran Bretaña y el papel protagónico destacado que ha jugado en el desarrollo del progreso humano contradicen los gustos extravagantes del heredero al trono británico, en materia de justicia, libertad y desarrollo social.
Mostrar respeto y admiración por un personaje tan oscuro e inescrupuloso como el che Guevara es más propio de un líder de las FARC, o un trasnochado izquierdista de la Venezuela de Chávez, que la del monarca heredero al trono de Gran Bretaña, una nación que ha sido un aliado histórico de la derecha contemporánea.
El príncipe Carlos debe sentirse aburrido y frustrado de que su principado no acabe de resolverse en el tan ansiado reinado, y su título de alteza se transforme en el de majestad. Y aunque estos tiempos no sean propicios para nuevas tiranías, quizá el monarca heredero se haya sentido tentado por los métodos políticos-policiales del régimen cubano para haber conservado el poder por tantos años.
No obstante, más le vale al Príncipe de Gales conservar la paciencia y continuar disfrutando de los beneficios heredados -con el telón de fondo de sus proyectos ecológicos y humanitarios-, sin andar tentando a los demonios de la izquierda y jugando con fuegos que, una vez que se encienden, terminan consumiendo entre sus llamas todo lo noble y hermoso de la naturaleza humana.
Por Ernesto Aquino.
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