Por Otto J. Reich, ex Subsecretario de Estado de los Estados Unidos y Embajador en Venezuela. Investigador Principal Asociado del Instituto de Estudios Cubanos.
La dictadura cubana se prepara para transferir ostensiblemente el poder por primera vez en casi 6 décadas a alguien que no se llama Castro, por lo que los medios internacionales han entrado en una predecible fascinación. «Cuba pasa la antorcha a una nueva generación», dice un titular. «Cuba mira hacia un futuro sin el gobierno de Castro», dice otro. Mientras que todavía un tercero dice: «La generación perdida de Cuba lista para liderar cuando el nuevo presidente asuma el cargo».
Cuando se trata de predecir el futuro de la Cuba de los Castro, los medios internacionales se equivocan, como lo han hecho en el pasado. La verdad es que han aceptado sin cuestionar la narrativa del régimen cuidadosamente construida tanto para el consumo interno como el extranjero. Porque lo que está ocurriendo en Cuba no es una transición a un nuevo e ilustrado liderazgo, sino simplemente el primer paso en la transferencia de poder de una generación de la familia Castro a la que sigue.
De acuerdo con la narrativa del régimen, se supone que el poder debe ser entregado a un apparatchik de bajo perfil y escasos logros, el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel. Pero sin una base de poder nacional y sin rango militar (en un país gobernado por generales), Díaz-Canel es simplemente una figura diseñada para transmitir una imagen de firmeza y cambio generacional, mientras que los poderes reales permanecen detrás del trono. (Que Raúl Castro permanece como jefe del Partido Comunista de Cuba y «generalísimo» de los militares cubanos significa que no es una jubilación sedentaria para jugar con sus bisnietos).
Lo que significa es que Raúl Castro pretende coreografiar una transferencia de poder no a una nueva generación de cubanos, sino una nueva generación de los Castro. El escalón más alto incluye: su hijo Alejandro Castro Espín, un Coronel de la Seguridad del Estado; su antiguo yerno general Alberto Rodríguez López-Callejas; y su nieto, Raúl Rodríguez Castro que dirige la Guardia Pretoriana de su abuelo. Lo que Castro pretende es una sucesión dinástica al estilo de los Kim en Corea del Norte o los Assad en Siria.
Se dice que Castro Espín, de 52 años, es la segunda figura más poderosa de Cuba y una de las más temidas. Como jefe de la contrainteligencia cubana, puede destruir carreras a su antojo con pruebas reales o manufacturadas. Mientras Castro Espín empuña la estaca, Rodríguez López-Callejas maneja las bolsas de dinero. Dirige el conglomerado militar GAESA, que controla todos los enormes intereses comerciales de los militares cubanos, aproximadamente el 70% de la riqueza de Cuba, incluyendo la mayoría de las instalaciones turísticas, donde los visitantes extranjeros depositan la moneda fuerte que mantiene al estado policial en funcionamiento y las élites en el poder.
Lamentablemente la sucesión de Cuba no significa una vuelta hacia la apertura y la libertad, sino simplemente la consolidación del tipo de capitalismo de estado estrecho y militarizado que se evidencia hoy, con un sector minúsculo y altamente regulado de cubanos que operan microempresas.
Aun así, hay muchos que argumentan que la llamada transición de Cuba presenta una oportunidad para que la administración Trump se reencuentre con Cuba, resucitando el acercamiento del presidente Obama para influir en los próximos líderes cubanos.
Pero esa es precisamente la acción incorrecta a tomar. No solo se basa en la premisa falsa de que Cuba está en transición, sino que ignora el hecho de que las concesiones unilaterales y no recíprocas de Obama al régimen de Castro tuvieron consecuencias negativas para la seguridad nacional, los intereses de política exterior y los valores tradicionales de los Estados Unidos, incrementado la represión al pueblo y llenando los cofres del ejército, el Partido Comunista y la familia Castro.
Estados Unidos no debe hacer nada para ayudar al régimen de Castro en su plan de sucesión previsto. De hecho, es el momento adecuado para aumentar la presión sobre los opresores militares para desenmascarar la artimaña y mostrar claramente al oprimido pueblo cubano lo que es un cambio real.
Con la fingida transferencia de poder en Cuba esta semana, el gobierno de Trump debería decir claramente que desea una nueva relación con los oprimidos, no con los opresores, y hacer un llamado al «nuevo» gobierno para que, como un paso inicial, corte lazos con Patrocinadores Estatales del Terrorismo y con enemigos de los EE. UU. como Corea del Norte, Irán y Siria; deje de dirigir y controlar la represión en Venezuela contra la población desarmada; desmantele el estado policial masivo y el aparato de vigilancia; permita la libertad de expresión, periódicos libres e independientes, estaciones de televisión y radio, revistas, sindicatos, casas de culto (por ejemplo, abandone la demolición de iglesias protestantes que considera subversivas); permita la propiedad privada y compense o devuelva a los que tenían propiedades confiscadas sin compensación, como lo exige el derecho internacional. Ninguna de esas libertades o instituciones de una sociedad civil existen hoy en Cuba.
Si el próximo equipo de gobernantes cubanos le permitiera al pueblo cubano la libertad de alcanzar la increíble prosperidad económica que los cubanos libres han logrado en los Estados Unidos, Cuba podría acabar de una vez con los 59 años de racionamiento al estilo soviético y reconstruir la nación que hace tres cuartos de siglo se llamó la «Perla de las Antillas».
Es trágico que a casi tres décadas del colapso del Muro de Berlín, regímenes comunistas continúan existiendo en algunas partes del mundo. El comunismo perdió la Guerra Fría y la batalla de ideas del siglo XX por muy buenas razones, y no hay ninguna justificación para que aún sobreviva en Cuba 59 años después de haber sido impuesto por la fuerza. El fin de ese sistema opresivo y la liberación final de los oprimidos debería ser el objetivo de todas las naciones de buena voluntad. Tan pronto reconozcan ese hecho, podrán establecer mejores políticas para ayudar al pueblo cubano a lograr una transición real hacia un futuro mejor.
Traducido al español del artículo publicado por “Cuba Insight”, del Cuban Studies Institute
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