Por Marianella Salazar, El Nacional
Nunca como antes han pesado tanto las acciones de la comunidad internacional en nuestro escenario político. La farsa electoral de este domingo no será reconocida y el régimen de Nicolás Maduro no será legitimado. Desde el 21 de mayo en adelante tendrá el trato que se merece como un dictador que ha causado innumerables daños y sufrimientos al pueblo venezolano: genocidio, represión, torturas, un sinnúmero de violaciones de los derechos humanos, corrupción, robo de fondos públicos, apropiación de la propiedad privada, chantaje, fraude, limitaciones de los derechos democráticos. Todo un cúmulo de delitos que no pueden quedar impunes.
El destino final de los dictadores y de sus colaboradores es la Corte Penal Internacional. Más pronto que tarde emitirán las órdenes de captura contra los responsables de los crímenes de lesa humanidad perpetrados a lo largo de estos casi 20 años de la dictadura institucionalizada más larga del siglo, esa peste a la que llaman socialismo del siglo XXI. Antes no era así, los dictadores huían y se iban a otros países con todas sus culpas sin responder por nada, había lugares para ellos, pero el mundo cambió y los presidentes antidemocráticos tienen pocos lugares donde refugiarse.
La mundialización de la democracia es producto de un conjunto de cambios en la visión política, sobre todo ética. Cada vez se tiene más conciencia de que el ser humano es un valor en sí mismo, por eso el mundo observa conmovido cómo el gobierno de Maduro viola los derechos humanos de millones de venezolanos, de los que se quedan en esta tierra arrasada, de los que buscan desperdicios en la basura y de los que huyen despavoridos por las fronteras acarreando problemas graves en las economías de la región, ocasionando calamidades sanitarias al contagiar a la población de países vecinos con enfermedades ya erradicadas.
Venezuela implosiona, se derrumba y sus efectos nocivos en el hemisferio tienen que ser neutralizados, por eso el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, la semana pasada señaló en la OEA que “cada día que pasa Venezuela se convierte en un Estado cada vez más fallido, y debemos recordar que los Estados fallidos no tienen fronteras”. A buen entendedor, pocas palabras.
Estados Unidos y sus aliados no se quedarán de brazos cruzados. Pence recordó también las afirmaciones del presidente Trump: “Estados Unidos no se quedará ocioso mientras Venezuela se viene abajo”. Las sanciones que Estados Unidos, Canadá, la comunidad europea han venido imponiendo a los funcionarios del régimen genocida de Maduro por narcotráfico, financiamiento y apoyo al terrorismo, lavado de capitales y por violación de los derechos humanos, continuarán incrementándose. El cerco internacional es cada vez más estrecho, por eso están condenados a permanecer en el país convertido en su guarida, se aferran al poder y desconocen las advertencias enviadas desde lo externo y lo interno.
El régimen no tiene futuro, no hay que ser adivinos para entender cuál será la reacción que tendrá el pueblo después del 21 de mayo, cuando se agrave la situación económica que ya es insostenible y comiencen a eliminar los bonos; cuando las cajas de los CLAP aparezcan una vez a la cuaresma con menos productos; cuando la gente decida reclamar con mayor vehemencia la falta del vital líquido y de la electricidad, de alimentos y medicinas; cuando civiles y militares tomen cartas en el asunto y marquen definitivamente la salida del régimen.
Maduro y sus secuaces no son intocables. Habrá que hacer llamados a la cordura y al perdón para los que desde el poder provocaron tanto odio. Por su bien, Maduro debería renunciar antes de que le cierren las puertas en Cuba, Nicaragua o Bolivia.
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