Este 10 de octubre la Asamblea Nacional castrista, que no representa ni los intereses ni las aspiraciones del pueblo cubano, puso de nuevo su manifiesto servilismo a Raúl Castro, eligiendo a Miguel Díaz Canel como “presidente” de Cuba. Este teatro es una comedia burlesca escrita para otros tiempos, aquellos en que Obama era el presidente de los Estados Unidos y le tendió sus dos manos a los Castro mientras la dictadura correspondía simulando cambios para hacer más digerible al pueblo estadounidense y a la comunidad internacional la cuestionable legitimidad que Obama daba al régimen restableciendo relaciones diplomáticas y codeándose como amigo de la familia del asesino en jefe de turno.
Obama y los castristas estaban seguros del triunfo electoral de Hillary Clinton en las elecciones de noviembre de 2016 por lo que había que dejar en marcha la farsa de un cambio hacia el capitalismo y la democracia en Cuba con un retiro simulado de los Castro. Mientras tanto ya estaba montado el proyecto del Puerto de Mariel a un costo de alrededor de mil millones de dólares financiados por el Brasil del hoy convicto por corrupción, Inácio Lula da Silva. Mariel iba a recibir las empresas capitalistas trasnacionales que se beneficiarían de las buenas relaciones entre “el nuevo gobierno de Cuba” y el casi “seguro” triunfo de Hillary Clinton.
Con los miles de millones de dólares anuales de inversión capitalista, el régimen en la Isla podría sobrevivir como ha sucedido en China y en Vietnam. Mientras tanto y con la inocente, o tal vez, no tan inocente ingenuidad de Obama y del futuro gobierno de Clinton, los castristas podrían consolidar a la narco dictadura venezolana en el poder.
Esos planes fallaron a lo grande porque Hillary Clinton perdió las elecciones. El desarrollo de Mariel se convirtió en otro desastre del régimen y por mucho que la prensa internacional quiso promocionar los cambios en Cuba como auténticos y fundamentales, la cruda realidad de un país anclado en un inmovilismo totalitario dominado por el temor a una apertura verdadera, ha sido más contundente que el engaño orquestado. Así pues, esta farsa del presidente electo está fuera de tiempo y como la historia no perdona los anacronismos, este ridículo los expone a la indiferencia y el rechazo del pueblo cubano y al escepticismo y la condena en el exterior.
Artículo de La Nueva República
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