Era un hombre querido en la zona. Ezequiel Pollán era canoso, colorado, robusto, campechano y noble. Laura heredó mucho de su abuelo Ezequiel, junto a sus ojos claros y su don de gente. Éramos vecinos, nosotros vivíamos en Yara y los Pollán a unos kilómetros de allí. Ellos tenían ganado, pero cuando el cultivo del arroz se popularizó él y sus hijos se hicieron arroceros. Nosotros sembrábamos arroz, y nuestros lazos se estrecharon.
En las elecciones, Ezequiel fue elegido presidente de La Asociación de Arroceros; a mí me eligieron secretario. Trabajábamos con entusiasmo, yo era más joven y creo que él disfrutaba de nuestra diferencia de edades. Siempre atento, siempre ameno, siempre lleno de energía. Batista ya había dado el golpe de estado, y sabíamos que aquella dictadura era un retroceso para nuestra gente y para nuestro país.
Hace unos cuantos años Laura me escribió. Todavía no era la dirigente reconocida dentro y fuera de Cuba, que acaba de morir en circunstancias inexplicables. En su carta me recordaba que, cuando su abuelo Ezequiel murió, la familia me había pedido que le despidiera el duelo. Así fue; lo enterramos en el pueblo de Yara. Allí estaban los Pollán, entristecidos pero firmes ante la pérdida de su patriarca inolvidable.
Nunca imaginé que de aquella cepa inteligente, honrada y luchadora crecería otro vástago enérgico y valiente que se ganaría con toda razón la admiración del pueblo cubano y del mundo. Laura es un ejemplo de constancia y patriotismo. Ante su tenacidad y su indomable ejemplo no nos queda otra alternativa: estamos obligados a honrar a Laura Pollán, mártir y patriota, como ella merece.
Por el Comandante Huber Matos
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