No parecería una casualidad que en el 1512, en este lugar tan especial de nuestra historia, el indio Hatuey diera su vida por luchar junto a los indígenas cubanos contra la tiranía española.
En esta fecha tan especial, reproducimos dos artículos que hace un año publicó el CID. El primero escrito por nuestro Secretario General el Comandante Huber Matos, en el que recuerda su amistad con el abuelo de Laura Pollán. El segundo del Reverendo Ricardo Santiago Medina, miembro del Comité Ejecutivo Nacional del CID quien estuvo con Laura Pollán en sus últimos momentos.
Por Huber Matos Benítez
Era un hombre querido en la zona. Ezequiel Pollán era canoso, colorado, robusto, campechano y noble. Laura heredó mucho de su abuelo Ezequiel, junto a sus ojos claros y su don de gente.
Éramos vecinos, nosotros vivíamos en Yara y los Pollán a unos kilómetros de allí. Ellos tenían ganado, pero cuando el cultivo del arroz se popularizó él y sus hijos se hicieron arroceros. Nosotros sembrábamos arroz, y nuestros lazos se estrecharon.
En las elecciones, Ezequiel fue elegido presidente de La Asociación de Arroceros; a mí me eligieron secretario. Trabajábamos con entusiasmo, yo era más joven y creo que él disfrutaba de nuestra diferencia de edades. Siempre atento, siempre ameno, siempre lleno de energía. Batista ya había dado el golpe de estado, y sabíamos que aquella dictadura era un retroceso para nuestra gente y para nuestro país.
Hace unos cuantos años Laura me escribió. Todavía no era la dirigente reconocida dentro y fuera de Cuba, que acaba de morir en circunstancias inexplicables. En su carta me recordaba que, cuando su abuelo Ezequiel murió, la familia me había pedido que le despidiera el duelo. Así fue; lo enterramos en el pueblo de Yara. Allí estaban los Pollán, entristecidos pero firmes ante la pérdida de su patriarca inolvidable.
Nunca imaginé que de aquella cepa inteligente, honrada y luchadora crecería otro vástago enérgico y valiente que se ganaría con toda razón la admiración del pueblo cubano y del mundo. Laura es un ejemplo de constancia y patriotismo. Ante su tenacidad y su indomable ejemplo no nos queda otra alternativa: estamos obligados a honrar a Laura Pollán, mártir y patriota, como ella merece.
Orgulloso de servir a Laura Pollán después de muerta
la lluviosa tarde del 14 de octubre partía a la casa del Padre Laura
Inés Pollán Toledo, sin que se hubiesen precisado aun las causas de
muerte.
El periodista independiente Lucas Garves se encontraba de
visita en mi casa cuando recibió en su móvil una llamada telefónica.
Era el ex prisionero de conciencia Adolfo Fernández Saínz, desde Radio
Martí, con la intención de confirmar la noticia de que Laura había
sufrido un paro cardiaco. Nosotros aun no estábamos al corriente de eso,
pero prometimos informarnos con inmediatez.
Llamé a Berta Soler,
su móvil decía que estaba apagado o fuera del área de cobertura. Logré
contactar con Laurita y me confirmó la noticia. Ella ya iba camino al
hospital Calixto García. Lucas se fue al hospital y se comprometió a
mantenernos informados. Llegando nos llamó y nos informó que hacía 15
minutos había fallecido. Mi esposa Katia se sumió en llanto y yo elevé
mis primeras oraciones por el eterno descanso de su alma. Allí
comenzamos una red de comunicación con todos los delegados del Partido
Cuba Independiente y Democrática (CID) a nivel nacional.
Katia y
Aimé Cabrales salieron rumbo al hospital temiendo que la policía
política les impidiera participar en el funeral. Una vez allí supieron
que aun se desconocía lo que harían con el cuerpo sin vida de Laura. Se
valoraban dos opciones: velarlo e incinerarlo o incinerarlo sin ser
velado. Felizmente, resolvieron velarla y anunciaron que sería en la
funeraria Calzada y K, del Vedado. Katia me lo comunicó enseguida.
Salí
con Abdel Rodríguez Arteaga rumbo al hospital a esperar por el traslado
del cuerpo. Llegando allí se decidió que siguiéramos para Calzada y K.
Tomamos un taxi. Al llegar al Vedado solo la funeraria estaba sin
electricidad. El parque del frente estaba minado de agentes de la
seguridad del estado. Berta nos dijo que fuéramos para la funeraria
nacional ubicada en Infanta y Benjumeda, municipio Centro Habana. Así,
continuamos viaje en el mismo taxi y comencé a comunicar con Yoani
Sánchez a quien le había prometido informarle de cualquier cambio.
Ya
en la funeraria nacional esperaban las agencias de prensa. Esperamos
por el cuerpo hasta pasadas las 12 de la madrugada. Coordiné con la
oficinista para que nos prestara una bandera cubana para cubrir el ataúd
y no tener que regresar a mi casa —a dos cuadras de allí— por temor a
ser detenido. Ella se comprometió a prestarla.
Llegó el cadáver y
pidieron que dos personas pasaran a vestirlo. Pedí permiso para
colocarle un rosario que me habían obsequiado de Tierra Santa. Katia
trajo una docena de gladiolos que había en mi casa. Pasé al recinto y
quedé perplejo al ver el grado de inflamación del cuerpo.
Descubrí
que habían mentido en los partes médicos cuando decían que las
funciones renales estaban perfectas, esos edemas podrían haberse
evacuado con diuréticos y sinceramente no creo lo hayan hecho por dos
razones:
1- Porque con esa retención de líquidos se inhibe la
capacidad de ventilar de los pulmones, la sangre fluye menos y se
provoca el paro cardiorespiratorio.
2- Porque en caso de
no producirse el paro cardiorespiratorio la falta de oxígeno en el
cerebro dejaría secuelas cerebrales severas; Laura sería entonces un
vegetal.
Dos personas entraron al lugar como servicio de
necrología. Berta me entregó la ropa y vestí el cuerpo sin vida de mi
hermana Laura. Coloqué el rosario en sus manos y sobre el lado izquierdo
tres gladiolos, símbolo de su lucha por la libertad de todos los presos
políticos. Berta pintó sus labios; yo le maquillé los ojos y peiné su
cabellera. Le pedí ayuda a los funerarios y se negaron. Ni aun
ofreciéndoles dinero accedieron a ayudarme; sólo la depositaron en el
ataúd. Berta besó su frente; hice lo mismo diciéndole que siempre
quedaría entre nosotros. Allí tomé la última foto del cuerpo sin vida
de Laura Pollán (es la que ilustra este post).
Subimos a la
capilla. Ya se habían concentrado cerca de doscientas personas en la
funeraria. Pedí la bandera y la oficinista se negó diciéndome que era
sólo para combatientes. Me encontré con Maceda (esposo de Laura); me
pidió que estuviese presente en la cremación y accedí con honor. Pedí a
todos en la capilla que me acompañaran a rezar el rosario por el eterno
descanso de su alma. Así lo hicieron con mucha devoción. Las Damas de
Blanco presentes mantuvieron una guardia de honor; luego fue el turno de
los ex prisioneros y en general de todos los presentes.
A la
1:45 am un oficial de la seguridad del estado y un funerario con una
carretilla subieron a llevarse el cuerpo. Le avisé a Ángel Moya y a
Berta. Los tres les salimos al encuentro alegando que nos habían dicho
que serían dos horas. Buscamos a Héctor Maceda que indistintamente había
accedido a la solicitud y nos negamos. Maceda pidió 15 minutos más.
Así,
a las 2:15 am cantamos solemnemente el himno nacional. Acto seguido,
fue bajado el cuerpo, momento que aproveché para tomar una muestra de
cabello con partículas de piel para que una mano amiga la llevara a un
laboratorio en el extranjero con el fin de determinar a través de un
estudio genético la verdadera causa de la muerte de Laura Pollán, pues
el certificado médico en ningún momento reflejó DENGUE como la causa de
su muerte. En su lugar se indicó “diabetes mellitus tipo II,
bronconeumonía, virus Cincinnati”.
No volvimos a ver el cuerpo de
Laura. Nos llevaron al crematorio del cementerio nuevo de Guanabacoa.
Según la seguridad del estado el cuerpo debía ser revisado por medicina
legal para aprobar la cremación. Al entrar al cementerio un oficial de
la seguridad del estado nos vio llegar desde el portal y se escondió en
una oficina donde luego —en un momento en que entraban a llevarles una
bandeja de café—, vimos a cuatro más.
Después
vi entrar un carro fúnebre; le pregunté al oficinista y me confirmó:
“sí, es el caso de ustedes”. Berta y yo pedimos ver por última vez el
cuerpo de Laura. Una señora muy enérgica nos dijo que estaba prohibido.
La desmentí diciéndole que tenía información de una mirilla por donde se
veía el proceso. Me repitió con fuerza: “está prohibido”.
Maceda
nos pidió ser disciplinados y que le acompañáramos en el salón de
espera. Accedimos por ser el doliente directo. La prepotente señora
trajo en un sobre los aretes de Laura y una hebilla de pelo y Maceda
firmó como constancia de que le fueron devueltas sus pertenencias.
Nos
comunicaron que el proceso había terminado. Maceda me pidió que
recibiera las cenizas y las entronizara en su casa donde había anunciado
para las 9:00 am la apertura de un libro de condolencias. Eran casi las
5:00 am cuando llegamos a la sede de las Damas de Blanco. Cerca de
cincuenta personas ya estaban allí. Colocamos la bandera. Ángel Moya y
yo desocupamos una mesa donde deposité el ánfora.
Entre los
presentes estaba Diosdado González (otro de los 75), mi ex compañero de
prisión. Aproveché para saludarlos a él y a su esposa, Alejandrina
García de la Riva.
las 6:00 am todos rezamos el rosario junto a Laurita (hija de Laura
Pollán). Para dar cumplimiento a la voluntad de su madre, anunció que
había decidido compartir las cenizas de su cuerpo: una parte sería
llevada al panteón familiar en Manzanillo; la otra sería esparcida en un
campo de flores. Las cenizas no fueron expuestas porque Maceda encontró
contraproducente hacerlo. Laurita se llevó el ánfora a Manzanillo.
Luego,
en la mañana del domingo, me comunicó que las había depositado junto a
los difuntos de la familia Pollán.A las 9:30 am dirigí el rezo de otro
rosario y a las 12:00 meridiano rezamos el Ángelus por el alma de Laura,
con el Santo Reposo.
a mi casa con un ramo de flores blancas que serían llevadas el domingo a
la iglesia de Santa Rita, acción que no consumamos porque Katia, Aimé
Cabrales, Elizabeth Kawooya Toca, Abdel Rodríguez Arteaga, Hans Delgado
Arteaga y Juan Manuel Lara Vidal fueron arbitrariamente detenidos al
salir de mi casa. Durante el arresto el teniente Juan de la seguridad
del estado rompió el arreglo floral en la vía pública.
Sólo
me queda rezar por el eterno descanso de su alma, continuar su
infatigable lucha, apoyar al colectivo de mujeres que fundó tras los
sucesos de la Primavera Negra de Cuba (2003) y que dirigió por ocho
largos años. Seguiré brindando mi humilde vivienda para sede alternativa
de las Damas de Blanco y viviré con la confianza de que Laura Pollán
Toledo permanecerá para siempre entre nosotros.
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