Por Ernesto Aquino.
Los niños cubanos, que crecen entre las frustraciones y los peligros que tienen que enfrentar sus padres en los años más difíciles de su crianza, van perdiendo su infancia a edades cada vez más tempranas, y obligados a reducir sus prioridades naturales se quedan atrapados entre una niñez sin magia y el adulto sin esperanza.
Para la mayoría de los pequeños la celebración llega tarde. Con suerte, y luego de mucho sacrificio, los padres consiguen algunas baratijas de factura china, de feo y envejecido diseño y peor calidad, que el gobierno almacena sin ningún cuidado para lo que se ha convertido en el carnaval de los sueños pobres.
Y todo el encanto que recrea el tradicional día de Reyes se transforma en una feria de insatisfacciones y planes para el próximo año, donde invariablemente los más favorecidos seguirán siendo los que cuentan con ayuda del exterior.
La obsesión compulsiva del socialismo de crear un “hombre nuevo” ha pasado por todas las variantes de la tortura sicológica. Desde los primeros años de vida, los regímenes totalitarios comienzan a desmontar los soportes que permiten el desarrollo de una infancia sana y garanticen un adulto desequilibrado, hundido en la incertidumbre y dispuesto a participar pasivamente en el proceso que lo reduce y lo anula.
La buena noticia es que la individualidad dispone de refugios complejos que permiten al ser humano evolucionar defensivamente y crear escudos protectores de reciclaje que acaban burlando el fatalismo que el verdugo implanta en la voluntad el sometido, hasta que el agresor descubre que ha perdido el control.
Porque ese ha sido, afortunadamente, el peor error del marxismo: ignorar la individualidad humana y su capacidad de reconstruirse y resurgir fortalecida. Porque no se puede agotar una fantasía matando una ilusión. Nuestra necesidad de alcanzar un estado superior de bienestar nunca se pregunta hasta dónde podemos llegar y cuánto podemos resistir. Y esa voluntad poderosa que nos enciende y nos anima no hay maldad que la pueda destruir.
Como los niños de ayer, que perdimos la infancia entre consignas y amenazas de muerte, los niños de hoy serán los hombres que mañana compartirán trinchera en nuestra lucha contra los reyes malos.
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