Memoria cero: éramos un país de productores laboriosos

Por |2018-09-14T19:42:50-06:0014 septiembre, 2018|Historia, La Nueva República|Sin comentarios

Calle Neptuno en La Habana

Para los cubanos nacidos después de 1990, productos farmacéuticos como el Timerosal, Mercuro Cromo, Agua Oxigenada, Calcioral, Leche de Magnesia, Alucil, Citrogal y otros que harían la lista agotadora, pasaron a formar parte del panteón de los fantasmas. La mayoría no sabe que eramos un país con riquezas naturales, un pueblo de productores laboriosos, con plena capacidad de inventiva e iniciativa empresarial, que siempre nos distinguió como una nación competitiva.

 

La desaparición progresiva de productos farmacéuticos y alimenticios ha privado a las nuevas generaciones de cubanos de referentes importantes para la continuidad de una construcción cultural que les permita valorar el avance o el retroceso en el desarrollo socio económico de la isla. Como consecuencia de este fenómeno, fármacos y alimentos traídos desde el exterior comenzaron a alimentar el mito del valor sobre dimensionado de los productos extranjeros.

 

En cuanto a los alimentos, la política estatal sustituyó los productos naturales como la carne de res, el pescado, la leche de vaca y toda la infinita variedad de sus derivados por híbridos, confeccionados con desconocidas materias primas.

 

Entre las “creaciones alimentarias” de la dieta revolucionaria (por suerte ya desaparecidas) se destacaron La pasta de Oca, El Perro sin tripa, El Picadillo de Cáscara de Plátano, El Bistec de corteza de Toronja, por sólo mencionar algunos.

 

Y entre los que aún sobreviven, todavía sufrimos la saga de los picadillos que, elaborados a partir de la soya, conocemos como picadillo texturizado, picadillo enriquecido, picadillo condimentado, picadillo mixto, o simplemente picadillo de soya, a secas.

 

Con los quesos y la jamonada aparecieron otras tantas variantes de la creatividad socialista, entre los que no se escapa el café mezclado. Toda una constelación de perversiones culinarias y gastronómicas que han sumido el paladar del cubano en la amnesia y la ambigüedad.

 

Puede que pocos recuerden quiénes éramos; puede que tardemos mucho en regresar del estado vegetativo de la memoria cero; pero, en el momento que logremos revertir el proceso, la tierra bendecida del suelo cubano nos estará esperando con la riqueza en sus entrañas, para darnos la bienvenida a una vida próspera y plena de abundantes frutos.

 

Por Ernesto Aquino

 

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