En Cuba las falsas promesas juegan un papel determinante cuando se trata de controlar a la población; esto lo sabe muy bien quien ha jugado con los sentimientos y las ilusiones de todo un pueblo durante más de medio siglo.
Sin embargo, algo se puede hacer y no es algo que no esté al alcance de las personas, porque forma parte de su naturaleza, aun viviendo bajo un régimen dictatorial los pueblos perciben el influjo de la globalización, de esta como es lógico, no escapa ninguna nación del planeta por muy cerrada que sea.
El ciudadano de hoy tiene sus peculiaridades que lo hacen diferente a sus antecesores; sin embargo se hace indispensable, por estas mismas razones, incidir de manera directa sobre éste, las vías pueden ser diversas, pero con el ciudadano en el centro de toda nuestra atención.
La experiencia acumulada durante más de treinta años sitúa a la oposición pacífica cubana con relación a sus coterráneos en una posición de relativa ventaja, sin embargo esto no los privilegia en absoluto, pues uno de los errores de ésta ha sido enfocarse hacia el exterior en un intento por dar a conocer lo que ha acontecido en la isla durante todo este tiempo en materia de violaciones de Derechos Humanos, mientras por otra parte se ha excluido, quizás por mera ingenuidad política, a la mayoría de nuestro pueblo.
Este breve preámbulo ha sido con el objetivo de reflexionar sobre un tema que a todas luces ya comienza a ser de interés general, entiéndase, todo nuestro pueblo, por lo que me arrogo el derecho a opinar al respecto sobre algo tan controversial y difícil de consensuar.
Si realizar falsas promesas ha sido el juego empleado por el dictador cubano, nada hay que lo atemorice más que la esperanza que ha revitalizado a nuestro pueblo sobre un cambio que todavía no acaba de materializarse, pero que ya se mostró promisorio.
Como oposición hemos tenido percepciones erróneas que entre otras cosas ha retrasado nuestro proceso hacia la transición, pero no es de los errores de lo que pretendo hablar, sino de lo que se puede hacer para recuperar el tiempo perdido.
Por ejemplo, sin un proyecto alternativo no seríamos capaces de dar el salto, y eso se logra generando condiciones que demuestren nuestra capacidad y les infunda confianza a la comunidad nacional e internacional.
En segundo lugar, la transición debe responder a los intereses de la gente que no respaldaría un proceso que les negase esa seguridad referente a su libertad y progreso. La falta de unidad ha retrasado la transición y esto por supuesto ha sido percibido por el pueblo cubano como la gran debilidad de nuestro movimiento; sin embargo la unidad de por sí no es suficiente, pues se necesita por sobre todas las cosas, que se nos reconozca como una alternativa para gobernar y, por supuesto, se requiere de un programa sólido e inclusivo que le dé a la población la oportunidad de escoger el tipo de futuro que desea para su patria. Argentina es el ejemplo más reciente de que todo es posible, a pesar de existir allí las condiciones democráticas que aquí se nos niegan.
Por otro lado urge la creación de un Proyecto Constitucional definido y esto ya el Partido opositor Cuba Independiente y Democrática (CID) lo ha venido realizando, un proyecto que se adelante a todas las problemáticas existentes y que defina el régimen político que se quiere instaurar, así como la ley electoral, sin que para ello se deje de lado la situación de los Derechos Humanos, como base común que nos permita estar a la altura de otros pueblos que viven en democracia.
Ya nuestro pueblo no cree en falsas promesa: démosle nosotros la oportunidad de soñar y participar en la construcción de ese futuro, como deseó José Martí, con todos y para el bien de todos.
Ing. Gerardo Páez, Delegado de CID en Artemisa
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