He pensado durante mucho tiempo, que las personas trans que no viven honestamente, escondiendo como son, como les dicta su identidad de género, están viviendo una mentira. El ser una misma, en una sociedad, que desde pequeña te grita, que estas equivocada, causa mucho miedo porque ya lo tenemos aprendido. Desde que descubrimos nuestra identidad de género a los cinco o seis años, en nuestra niñez y la familia dentro de la ignorancia que viven, te obligan a hacer y adoptar roles que no te corresponden y cada vez son más reprimendas más severas, golpes, castigos y la agresión verbal en todo momento, que nos hace insistir una y otra vez en nuestra identidad de género, en principio, no es algo que se elige, porque si fuera por elección, no creo que hubiéramos muchas personas trans, por lo que se sufre, en todo momento, en nuestras vidas. Primero dentro de la familia, después la sociedad y muchas veces dentro del mismo colectivo LGBT.
Imagínense a un niño de cinco o seis años cuando se da cuenta que le gusta más lo femenino que lo masculino, que se le obliga a cortes de cabello tipo militar, ropa juguetes, que al final nos obligan a inventarnos historias, juegos secretos, para poder sobrevivir. Tu propia familia te hace odiar tu cuerpo, tus genitales, tu sexualidad, reprimiéndote y no por mala fe solo por ignorancia. Quisiera que se pudieran imaginar el tormento diario de aguantar las ganas de orinar en la secundaria y no atreverte a usar los baños de hombre por las agresiones que ahí se vivían y después en la preparatoria, rezar porque al entrar al baño no hubiera nadie. Y muchas historias se escriben así, el querer adoptar un rol de género que no te corresponde ni te sientes a gusto, solo por el sentimiento de culpa que te crean tus padres y hermanos.
Buscar novia violentando tu ser y todo para encajar en tu familia, en la sociedad, que al final terminan rechazándote. Después buscas refugio en una religión que de antemano te rechaza, te hace creer que todo lo que haces es pecado, condenándote sin conocerte realmente. Y así no sabes que hacer, más que ocultar tu verdadero ser, tu identidad. Después a experimentar con hormonas sin prescripción médica, pues en los 70s u 80s no había ni orientación, ni educación sexual y aun así arriesgaban sus vidas, por conseguir ver en el espejo el reflejo de la mujer que somos.
Muchas no pueden contar esta historia y es en su memoria lo que escribo.
Quiero gritar y decir, somos mujeres trans, violentadas desde nuestra infancia, con nosotras no solo se reduce a ser violadas y asesinadas. Ocupamos un lugar en América Latina en trans feminicidios que el gobierno quiere enmascarar como en crímenes pasionales. SON CRÍMENES DE ODIO, no se engañen, son crímenes brutales, cometidos en contra nuestra y fomentado la mayoría de veces desde el púlpito de una iglesia.
Una mujer trans, tiene que vivir con la violencia diaria, la discriminación, las burlas, en todo momento y en todos lados. Por eso el ser una mujer trans te convierte automáticamente en activista, por tus derechos, en sobreviviente. Tienes que luchar a diario y en todos lados por tu vida y marchar siempre con la frente en alto y salir a buscar empleo, que aun teniendo el mejor Curriculum, por tu identidad eres rechazada automáticamente y buscar sobrevivir en lo que encuentres y después las críticas nuevamente. No pueden hacer otra cosa, más que cortar cabello o de trabajadora sexual. Muchas mujeres trans no siguieron estudiando por la violencia que vivieron en las escuelas y que a algunas las orilla al suicidio, por la transfobia alimentada por los maestros. Y pesar de este obscuro panorama, decidimos salir y ser quienes somos.
Somos mujeres y como en todo, luchadoras. Somos diversas, como un abanico multicolor, con hormonas o sin ellas, con o sin cirugías, indígenas, negras, pobres, flacas, gordas, sin pelo, velludas. No sólo somos un solo modelo de belleza. Y al final hacemos lo correcto, ser nosotros mismas.
Por Leodán Suárez, Coordinadora Nacional del CID ante la comunidad LGTB
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