Me llamo Carlos Gil Hernández Rondón, tengo 69 años de edad, con número de carnet identidad 50090105400, sito en Calixto García # 46, Antilla, jubilado con salario de 270 pesos moneda nacional; trabajé por más de 46 años en Salud Pública como técnico en laboratorio de prótesis dental. Llevo viviendo más de 30 años en este lugar, después de jubilarme, cansado de haber dado lo mejor para el pueblo. ¡Qué tarde es qué veo la verdad y qué duro me tocó!
El engaño del comunismo fue tan perfecto que ahora es que despierto. El 4 de abril se desplomó la placa del pequeño cuarto donde habito, no me mató porque fue de día y gracias a Dios no me encontraba. Desde ese entonces estoy pidiendo al gobierno y al PCC que me ayuden, pero es como si yo no existiera, parece que no tengo va-lor, como que terminó mi tiempo de labor y ya no sirvo: “Ya está jubilado el dinero no le alcanza para nada y menos para pagar al estado, para qué darle un subsidio si ya no produce, qué carajo, ignórenlo”.
Quiero decirle que pensé que era digno que las personas lleguen a jubilarse y que no fueran ignorados por el propio gobierno socialista.
Yo soy una demostración del cubano de a pie jubilado. Estudié y trabajé toda mi vida. Los sectores estatales del gobierno y del PCC, que son los encargados de resolver y velar por la seguridad y el bienestar del pueblo, para el caso mío yo no cuento. Mi cuarto mide tres metros y medio por largo y ancho. Dentro tengo el baño, el closet, una cama y una cocina, todo en estado crítico. El salario que gané en 46 años de servicio terminó en 270* pesos, es una mierda, con este salario nunca hemos podido ni yo ni nadie vivir con tranquilidad, cuando el cubano de a pie se jubila empieza a padecer de hambre, necesidad y miseria ¿Por qué? Porque el comunismo no tiene piedad, nace del diablismo. Yo soy una muestra viviente de cómo el comunismo socialista en Cuba le da la terminación de vida al trabajador, los degrada y terminamos en ruina. *US$10,80 dólares
Por el delegado del CID en Antilla, Esber Rafael Ramírez Argota.
Artículo de La Nueva República
Deja tu comentario