La primera vez que escuché hablar sobre el comandante guerrillero Huber Matos, fue de la voz de mi padre, que repetía muchas veces las historias de sus hazañas como jefe de una columna del ejército de Fidel Castro, contra la tiranía de Batista.
Eran historias que me dejaban boquiabierto, por el tono épico que mi padre le añadía a su recuerdo.
Su hermano Chichi, que bajó de la sierra con los grados de teniente y regresó a casa a labrar la tierra, confirmaba esas historias como si las estuviera viviendo:
“Lo vi varias veces, cuando peleábamos como apoyo bajo su mando… y pasaba por las posiciones revisando las trincheras. Lo vi un par de veces, hablando en el campamento con el comandante Guillermo García, que era mi jefe. Es verdad que era el único en la tropa que le hablaba a Fidel de tú a tú y le cantaba las cuarenta”.
Adoctrinado por la ideología comunista en aquellos tiempos, no creía que un oficial pudiera revirársele a Fidel, ni tampoco después de ser acusado de traición y pedirle paredón en una tribuna frente al pueblo, salir vivo de sus garras.
Todo eso y mucho más lo conocí de primera mano, al leer su libro Cómo llegó la noche, escrito por Huber luego que su existencia estuviera puesta al límite tras 20 años en una prisión política terrible. Un libro excelente que cuenta su formación de maestro, su entorno familiar allá en la Yara de Oriente, su posición combativa ante el golpe de estado de Batista, su brillante trayectoria guerrillera en una guerra, que aunque quisieron borrarlo de su historia, lleva marcado su nombre. Y una prisión política feroz, donde su estatura de gigante quedó forjada, al igual que en la sierra, como dijera Martí: en “Yunque y estrella”.
El destino hizo que conociera un día a Tomasa Guerra, abuela de mi esposa Yunia, que fuera mensajera y combatiente de la columna 9, Antonio Guiteras. Con sus 90 años a cuestas nos deleitaba en las noches de calor y apagón en Palma Soriano, de sus aventuras como mensajera y luego cocinera y combatiente de la columna de Huber Matos.
Sus recuerdos volaban con su apagada voz entre la oscuridad y el calor:
“Aquellos tiempos de manigua y balaceras, de largas marchas loma arriba, loma abajo, para ocupar posiciones asignadas por la jefatura de la Plata… Ramón de Guaninao… Arroyones… recuerdo al comandante Huber… siempre dispuesto… atento con todo el mundo… diciéndonos que luchábamos por una causa justa y estaba completamente convencido de que íbamos a liberar a Cuba. Nunca en mi vida vi a nadie más apresto. Más humilde. Más valiente. Más comprometido”.
A Tomasa se le encandilaban los ojos cada vez que contaba, que tuvo el privilegio de estar cerca de Huber con la noticia del nacimiento de la hija de Huber, cuando el en medio de un combate en el Cristo, el doctor (Casanellas) llegó con la noticia del nacimiento de su hija.
“Para mí fue la misión más importante de la guerra. Más que todos los combates juntos, porque cuando Huber supo que era padre otra vez, entonces se soltó el león”, decía Tomasa con orgullo.
El comandante Huber no solo colocó su nombre en lo más alto de la historia de la lucha guerrillera, su nombre también está inscrito con mayúsculas en la historia de la lucha disidente y en la historia de la Prisión Política, en la historia de la decencia y los valores humanos, en la virtud, en el evangelio vivo y en el educador que pedía el apóstol.
Huber Matos Benítez nació el 26 de noviembre de 1918 en Yara, Oriente. En su día de cumpleaños lo recordamos con cariño y respeto, inmortalizar su legado con nuestro ejemplo, es lo menos que podemos hacer los que lo queremos.
Frank Correa y Yunia Figueredo
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