Una ciudad y las sombras de su pasado, los cubanos cada vez ríen menos

Por |2015-09-14T19:57:00-06:0014 septiembre, 2015|Varios|1 comentario

Hoy, como lo fue en
el ayer, el caminar por las calles de La Habana puede ser una experiencia única
y ciertamente vivificante, claro, siempre y cuando se mantenga usted alejado de
los balcones, en particular los del municipio Habana Vieja, donde en un pequeño
espacio geográfico de apenas 4,32 kilómetros cuadrados viven más de 97 mil
personas y es posible apreciar una peculiar mezcla de estilos arquitectónicos
que quedan como testimonios de las diferentes relaciones históricas mantenidas
por la urbe con la metrópoli española, con británicos, franceses y
estadounidenses.

Un amigo un día me
dijo: ´”Puede que, en realidad, La Habana sea un experimento.  Quién sabe.  Puede, incluso, que alguien hubiera robado la
ciudad de un relato de Borges o de una novela sinuosa de Italo Calvino o tan surrealista
como el Macondo de García Márquez, y que sin enterarse nadie, la hubiera
colocado en Cuba, en esa bahía de formas caprichosas”.

El inexorable y
devastador paso del tiempo, la desidia y el olvido de un Gobierno que poco ha
hecho por conservar lo heredado, impactaron sobre su arquitectura y sobre su
gente. Centenarias edificaciones amenazaban con derrumbarse; la insalubridad y
el hacinamiento poblacional repercuten sobre la imagen de la zona más antigua
de la capital cubana, cuyo centro fue considerado por la UNESCO como Patrimonio
de la Humanidad en 1982, siendo además todo un icono para el visitante
extranjero, convirtiéndola en un sitio asediado por fotógrafos profesionales y
aficionados, cada uno de ellos quiere atrapar en su lente la imagen de una
ciudad que se deteriora y se esfuma ante los ojos impávidos de sus habitantes.
Lo que  más llama la atención, el deterioro
de casas y de edificios y el ánimo de una población que cada día sonríe menos.

Ante tanta desolación
era imprescindible introducir algunos cambios que a partir de los años sesenta
del siglo pasado se iniciaron bajo un programa de restauración con financiamiento
externo que cobró mucha más fuerza en los últimos 20 años, bajo la dirección de
la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Dr. Eusebio Leal.
No ha sido
suficiente para una ciudad que se nos escapa de las manos.  Porque señores La Habana es mucho más que su
casco histórico por preferido que este sea por las cámaras de los turistas
extranjeros. En la capital hay cientos de miles de personas que viven en sus
barrios periféricos cuyas construcciones van muriendo con el paso del tiempo.  Muchos de estos inmuebles, parte del llamado
Fondo habitacional, son sitios de peligro inminente para sus habitantes, pues a
simple vista se puede observar que los balcones donde se ven tendidas ropas y
sábanas pueden ser -de un momento a otro- protagonistas de un ruidoso derrumbe
y la tumba de algunos de sus moradores.

Uno de esos
edificios que presenta condiciones pésimas para ser habitado es el que se
encuentra frente al Tribunal Provincial de Justicia de la Habana, a la vez
frente al Capitolio y además comparte la misma manzana que el cine Payret, en
la calle Prado.
Alrededor del
edificio el Gobierno municipal ha ordenado colocar vallas metálicas, adornadas irónicamente
con viejas imágenes de la Habana, ocultando con algo de sutileza el basurero
que hay detrás de estas ellas. Ahí  se
mezclan deshechos lanzados indolentemente desde los edificios con los que
llevan quienes lo usan como basurero.  La
calle se halla cubierto además de excrementos y orines; aprovechado muchas
veces como improvisado y urgente baño público, debido a la ausencia de estos en
un área tan concurrida de la capital. ¿Estaremos en presencia de una etapa de
no retorno a la conciencia, ética y compromiso social?  ¿Se habrá perdido esto para siempre?
Me refería un transeúnte
octogenario, que toda esa zona se le solía llamar Los Aires Libres del Prado,
sitio emblemático que contaba con tres largas cuadras de extensión, desde la
calle Dragones, junto al Hotel Saratoga, hasta la calle San José, frente al
cine Payret, hoy sumido en el olvido por el régimen.
Los Aires Libres del
Prado fueron punto ineludible de concurrencia para dos o tres generaciones de
habaneros anteriores al triunfo de la revolución. Las más aclamadas orquestas
populares de la isla se presentaban allí cada noche, en cuatro tarimas ubicadas
lo largo de la amplia avenida del Prado, con sus correspondientes espacios para
el baile. Había decenas de bares que servían bebidas y comestibles ligeros,
siempre al aire libre, en un ambiente festivo. 
Allí cantaron los grandes de nuestra música popular, desde Rita Montaner
a Benny Moré. Desde allí conquistaron su fama antiguas orquestas como Anacaona
y Ensueño.
Me comentaba ese
amigo: “lo menos que podríamos concluir es que a las autoridades del gobierno
en La Habana les ha resultado más tranquilizador llamarle así que por su nombre
original, dado el estado de tensión en que les pone el término “aires libres”.
¿Volveremos alguna vez los habaneros a disfrutar de Los Aires Libres del Prado?
Todo por su orden. Habría que empezar por respirar al fin aires libres en Cuba”.
Hoy, los cubanos
convivimos con la ruina y la falta de higiene. 
Dicen que ha todo se acostumbra el cuerpo, creo que es un mal augurio
para una población harta ya de tantas consignas, mentiras y basura. Los
turistas a veces retratan hasta las ruinas y se van contentos con testimonios gráficos
y pintorescos de un país que vive en las sombras de su pasado.


Por Steve Maikel Pardo Valdés, activista del CID y Defensor del Pueblo en el municipio 10  de Octubre 

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Un comentario

  1. Armando G. Muñoz 15 septiembre, 2015 en 12:19 am - Responder

    La Habana languidece cada día
    con el transcurrir del tiempo,
    la ciudad amada por muchos
    muere por el descuido y el abandono
    fallece por anemia de cuidados,
    por olvidos, por muerte natural
    de quienes no la aman y vierten en ella
    su odio irracional.

    La Habana, la ciudad te enamora
    de iglesias y templetes majestuosos
    de adoquinadas calles
    ciudad coqueta, encantada,
    amante insaciable
    acariciada por la brisa del mar
    se entrega lujuriosa.

    La Habana, la ciudad que habité
    destruida por bombas de odios
    arrojadas desde su palacio de gobierno,
    la olvido con el pasar del tiempo,
    temo si un día a ella regreso
    no la encuentre, no exista,
    halle solo ruinas
    donde antes existía la vida, la alegría.

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