Katiuska escucha ensimismada el sonido de las olas a la vez que le hace compañía el sonido incomodo de su estómago, tiene hambre y recuerda a su madre, Vilma Eva, gritándole unos 5 años atrás que entraran y se alejaran del balcón que se podía desplomar en cualquier momento,
-¡Pobre mama!- y la frase se le escapó como un lamento más allá de lo que se podría esperar por su juvenil edad.
El balcón finalmente término por caerse, llevándose consigo medio apartamento. Ahora convivimos en un albergue junto a las cucarachas. En nuestro pequeño cubículo dormimos en una colchoneta mal oliente sobre el piso de cemento, lo bueno es que ya no nos caeremos del balcón, una preocupación menos para mi madre y mi abuela.
Ahora los pensamientos de Katiuska reposan en su mamá, y recuerda como no quiso levantarse hoy, porque no soporta ver cada mañana nuestras caras de infelicidad y desgano, aun así, es quien nos alienta y pide que marquemos la diferencia. Mama no entiende cómo siendo tan jóvenes tenemos tanto cansancio de la vida y entonces se queda ahí recostada y ausente, sufriendo, pero muy en silencio, porque no quiere que nos demos cuenta que no puede más con sus pies, que ya a los cuarenta y tantos años pasa horas de pie en esas guardias, en ese hospital endemoniado, para podernos dar todos los días al menos cinco o diez pesos “para que merendemos algo”.
Vilma Eva es otra que no para de pensar, recordando cómo los años pasaban mientras ella planchaba uniformes escolares, pañoletas azules y luego rojas y como miraba el cielo encapotado de La Habana y rezaba para que ese balcón no se les fuera a caer. Aún no sabe bien como término siendo custodio en el Hospital Psiquiátrico de La Habana , siempre con su jaba y el pote plástico con algo de comida y un termo de un líquido caliente y terroso que algunos llaman café de bodega, sentada en su garita que apenas la resguarda del sol y las lluvias del verano, un teléfono metido dentro de una caja de madera con candado que solo permite recibir llamadas o hacerlas con el permiso del Administrador, pasando las horas sobre esa silla de hierro que maltrata sus carnes y una fiel y vieja perra echada a sus pies, ¡una perra vida también!
Vilma Eva recuerda la década de los 90, los años del llamado ´´periodo especial´´,
-¿por Dios quien habrá sido el cínico caprichoso que le nombro así?-
Y le vienen a la mente y al alma cual lamento las privaciones y vergüenzas de esos días, como con cada periodo menstrual tenía que andar enrollándose retazos de tela, pedazos de cualquier trapo o ropa vieja, para luego hervirlas en una cazuela de agua con sal en la misma cocina de queroseno en que se ablandaban los chicharros y las coles, los “bistec” de cascos de toronja y las croquetas de averigua, pues con la caída del muro de Berlín se vino abajo el sueño cubano de la abundancia comunista y ni almohadillas sanitarias o jabón se podían conseguir. -¡qué vergüenza, tanto sacrificio para que una recua de vejetes caprichosos terminaran convirtiendo al país en un potrero!-
Vilma Eva piensa en el futuro de sus hijas mientras se frota el vientre y mira a la vieja perra echada a sus pies y llora, llora amargamente por sus lindas gemelas y ese mísero salario con el que no las logra calzar ni vestir adecuadamente, que alcanza a duras penas para darles de comer, mucho menos proveerles de una vivienda digna, y se frota muy fuerte el vientre para sentirse viva y recordar que aún debe de ser fuerte para poder encaminar a sus hijas.
El sonido del minutero marcando la marcha del tiempo de su viejo reloj despertador soviético le trae de vuelta a la realidad, esta pieza casi de museo es lo único tangible que le queda de su esposo, que desertó de la Alemania Oriental cuando estaba terminando su maestría, en un descuido de la seguridad durante las vacaciones de invierno pidió asilo político en la embajada Checoslovaca en la “hermana” R.D.A.
Hoy ya estaba a punto de terminar su turno de guardia y debía correr a la farmacia, hoy era día de entrada de medicamentos y bastarían unas pocas horas para que se terminaran como por arte de magia. Su madre María Libertad tiene una asignación mensual por tarjeta, de pastillas para la desesperación, digo para la hipertensión.
Si, Vilma Eva piensa, hilvana las memorias de los azares de su existencia mientras da algo de cariño a esa compañera fiel de noches de desvelo y días de tedio, si, es lo más que hace en su guardia, mientras acaricia a esa vieja perra de pelaje áspero y aspecto jíbaro piensa, mientras sigue soportando la desolación de esa vida de perros que lleva lo mejor que puede.
Entonces recuerda aquella ocurrencia de su hija Katiuska, en sus primeros años como albergados, una mañana cualquiera de agosto en la que no habían salido a la calle pues afuera batía un temporal:
-mamá, hoy quisiera levantarme y prepararles un desayuno especial, pero no me refiero a un vaso de yogur de soja y un pan duro, sino a uno de esos suntuosos desayunos que he visto por la tele en los que hay de todo, de esos en los que puedes elegir si tomar jugo, leche o batido. Uno que tenga tostadas y mantequilla, jamón, huevos revueltos y sobre todo variedad de frutas para la abuela y su presión arterial. Colocaría una flor al lado de cada plato para que nos alegre el día con su color y su aroma. En lugar de vasos plásticos pondría copas y el mantel sería blanco, pero blanco de verdad sin ninguna mancha y sin hormigas pegadas del día anterior. Para ambientar pretendo poner una de esas canciones que, como dice mi amiga Odalis, te hacen pensar y encontrar por qué que tanto necesitas. Con ese desayuno estoy convencida de que todos tendríamos el mejor día posible.
-¿Dios mío, desde cuando no puedo proveer a mis niñas de un desayuno decente?- mascullo entre dientes Vilma Eva.
Una vez más consulta su viejo reloj despertador, esta apurada pues debe ir luego de terminar su turno de la noche hacia su otro trabajo, no nota que apenas hace reparo en su propia existencia, se ha convertido en una maquinaria de producción continua.
Así en una caminata presurosa de pocos minutos recorre el espacio que separa su posta de guardia del inmenso local del tarjetero del hospital, marca su salida como Agente de seguridad y protección, para luego marcar su entrada como Auxiliar de limpieza en los grandes pabellones del propio hospital. Algunos doctores hacen mofa de ella llamándole la mujer de las dos A.
Hoy le ha tocado hacer la limpieza en el pabellón de máxima seguridad, al entrar por la enfermería da los buenos días y como siempre no recibe respuesta alguna, al parecer para el cuerpo de enfermeras una simple limpia pisos no merece atención alguna, mucho menos que se inmuten mientras ven en el televisor su programa favorito, entre risas, comentarios y el aroma de perfumes baratos no hay cabida para su persona, en medio del pabellón otra chica, de esas enfermeras nuevas, vapulea a un paciente que alelado se asomaba tratando de percibir las imágenes en la TV, lo empuja clavando en su ya maltratada piel las finas uñas de acrílico, ultimo capricho de la moda isleña, sin contemplaciones ante los gritos del adolorido paciente.
Mientras, se dirige al cuarto de servicios, allí se mezclan el aroma del perfume barato que sale de la enfermería con un hedor repugnante a orina, a sudores y humedades. Vilma Eva va colocándose su atuendo, sus guantes de látex casi vencidos de tanto uso, las viejas chancletas para no maltratar más sus zapatos de la guardia mientras mira al cielo como rezando pidiendo fuerzas para seguir adelante, piensa en sus niñas y en lo que representa para ellas esta segunda entrada de dinero, pero sobre todo desea tener fuerzas ante tanta miseria humana, ante tanta insensibilidad por parte del personal médico, por parte de estos que, del lado de acá, se suponen sean los que están cuerdos.
Ahora recuerda que se le está agotando la ridícula cuota de detergente que le entregan semanalmente, jamás le han entregado un par de botas impermeables o unos buenos guantes de hule, ni siquiera una escoba nueva, la Administración del hospital alega que estos recursos están en falta en todo en Ministerio de Salud Pública, mientras ella misma ha visto a Braulio, el Administrador, cargando en las ambulancias del hospital las cajas de detergente y de colchas de trapear el piso. A ella si no hay quien le haga ese cuento, ella misma ha estado en la posta trasera por donde sale todo ese contrabando, la leche en polvo, las sabanas y hasta los colchones de espuma de goma nuevos que supuestamente se destinan a los pacientes psiquiátricos, ¿a dónde se van ir a quejar estos pobres infelices, quien les iba a creer, si al final están todos locos?
Termina de limpiar el área administrativa y ahora se dispone a entrar a los salones y a las celdas donde se hallan los enfermos que necesitan reclusión.
-me imaginaba estas celdas de máxima seguridad algo más, seguras digamos, de paredes acolchadas y todo eso que uno ve en las películas, que lejos está todo eso de la dura realidad, acá en Mazorra estos cubículos no son más que celdas con piso y paredes de cemento, camas de hierro que penden de cadenas empotradas a la pared, y eso sí, gruesos barrotes de acero que apenas dejan pasar la luz del día, esto se asemeja más a una mazmorra medieval que al tan cacareado “Moderno Hospital Referencia de la Psiquiatría Cubana”-
Por suerte este mes han sido pocos los pacientes recluidos aquí, pero aun así las celdas ocupadas constituyen todo un reto hasta para los caracteres más fuertes. Los pisos siempre cubiertos de heces fecales, orina y hasta vómito, también lo están en ocasiones las paredes y los barrotes
-¡hasta en el techo he visto heces, y no me preguntes como ha conseguido la mierda para llegar hasta allá arriba, pregúntame mejor como he hecho yo para limpiarla! –
Vilma Eva supone que esto constituya algo así como un mecanismo de defensa, una herramienta para protestar ante tanta indiferencia y maltrato, no tanto físico, como si emocional, pues aunque estas personas estén enfermas de su mente y hayan perdido la capacidad de raciocinio, siguen siendo seres humanos que sienten y padecen, que necesitan sentir al menos un poco de calor humano.
Lo peor de todo esto es que esta penosa situación es que no está restringida solo a las celdas, lo mismo ocurre con los pacientes del pabellón principal de la sala, donde una reja les separa de los baños. Vilma Eva lo sabe muy bien, se ha encontrado aislada muchas veces del otro lado de esa reja cuando entra a limpiar y como no hay personal suficiente para controlarlos fuera del pabellón, tiene que realizar su trabajo con los pacientes adentro.
-¡la perspectiva de este lado es escalofriante, sentirse ignorado y tener que realizar sus necesidades fisiológicas a la vista de otros, es a mi parecer, una de las peores humillaciones que puede sufrir un ser humano!-
Recuerda incluso como una vez, un paciente que llevaba horas lamentándose de sed, a pesar de que la entrada se encuentra justo en frente de la enfermería, al verla entrar con la frazada y el cubo de limpiar le pidió que al menos lo dejara coger un poquito de agua del propio cubo,
-señora no importaba sea el cubo de limpiar, de todas formas yo ya estoy jodido-
Sucede pues, que las enfermeras no le permitían acceder al comedor hasta la hora del almuerzo. Por fortuna ella salió de aquel mal rato gracias a su previsora costumbre de llevar con ella siempre un pequeño pomo con agua, se lo regalo al enfermo, que en inesperado gesto de agradecimiento puso entre sus manos una caja de fósforo y en su interior unos pétalos de alguna flor silvestre. Vilma Eva piensa que es por eso que se defecan y por lo que siempre tienen sed. Aquel gesto la conmovió profundamente, más si se trata de un ser que, supuestamente, es peligroso y que esta fuera de sus cabales, alguien que perdió hasta su nombre hasta convertirse para el resto de la sociedad en un pobre loco.
-y así sucede todos los días, independientemente del turno que este de guardia, los infelices son totalmente ignorados, ese candado en la reja representa más que un simple encierro para el cuerpo, lo es también para el alma-
-Dígame usted donde están entonces los verdaderos cuerdos, ¿son acaso esos, los que les ignoran y humillan?, he visto acá cosas horribles, algunas tan vergonzosas que se las reservo para mí, la manera en que los ancianos o la mujer paciente es humillada, hasta trato de no recordarlas más-
Es la hora del almuerzo y camina por el parque bajo la sombra de esos frondosos árboles que se hallan por toda la institución. Se sienta en el banco más alejado de la circulación, saca de la jaba de nailon un pequeño pote plástico, lo destapa dejando ver dos huevos cocidos aderezados con ajo y aceite, sobre un promontorio de arroz blanco destacaban además los tallos verdosos de unas habichuelas. Aun se pregunta cómo ha hecho para estirar los víveres y llegar hasta fin de mes, distribuyendo entre la casa y sus comidas en el hospital. Se dispone a degustar su almuerzo cuando hasta sus oídos llega el lamento de una suplica
-me da un pedazo, solo un pedazo señorita, ande, deme un pedazo que no alcance al almuerzo en la sala y con este frio tengo un hambre-
El enfermo mantiene sus huesudas manos extendidas, el pijama, aunque limpio, se encuentra muy desgastado por el uso y esto aumenta la sensación de desamparo que aborda a Vilma Eva, un nudo se le hace en su garganta, ¡ella conoce muy bien la mordida terrible del hambre!
Brotan sus lágrimas mientras coloca en las manos del paciente el pote con su almuerzo con el amor y la ternura que la distinguen, este al tibio contacto con el recipiente le agradece con la mirada mientras con sus propias manos y prescindiendo de la cuchara lleva a la boca aquel manjar, este vuelve a sonreír con los labios marchitos de fumar cabos de cigarro recogidos del suelo, de este mismo parque ahora testigo de un bálsamo para su alma, la embarga una extraña satisfacción al aliviar la desesperación de aquel pobre infeliz, aun así duda que algún día pueda olvidar este episodio que pone de manifiesto cuanto de miseria y desesperación existe entre estos pacientes que cual almas en pena recorren los fríos y vetustos pasillos de este Hospital a las afueras de La Habana.
Reflexiona y se pregunta cómo nuestra sociedad se ha transformado tanto, como ha llegado a convertirse en una masa informe, carente ya de respeto y buenas voluntades hacia el prójimo y en muchas ocasiones, de la capacidad de dilucidar la verdad de las cosas ocultas tras esa inmensa pared humana, la hipocresía y la insensibilidad, en esta, nuestra Habana Desnuda.
LLegar a casa:
En medio de la habitación danza hambrienta la débil llama de una vela dejando entre ver las siluetas de los pocos muebles que les quedaron tras el derrumbe. La anciana duerme desde hace horas, Vilma Eva desvelada les aguardaba angustiada, la calle esta mala y es dura con los incautos que no conocen las reglas del juego, aunque ella no conoce la verdadera profesión de sus niñas, sospecha que no andan en muy buenos pasos, cuando tienes un trabajo de verdad, no regresas cada noche con un regalo distinto, un salario no alcanza para alimentarse, menos para saciar caprichos de adolescente.
Las escucha regresar al albergue, sus tacones altos van rompiendo el silencio de la madrugada, recorren el largo tramo que separa el pórtico de la entrada hasta su apartamento, transitar el mugriento pasillo a esas horas de la noche implica salpicarse las piernas de orine y algo más, no comprende cómo las autoridades se empeñan en llamarle apartamentos en usufructo gratuito cuando en realidad aquello se asemeja más a un muladar ingles de finales de siglo 19 que a una construcción para la asistencia social producto de las políticas revolucionarias del siglo 21 cubano.
Se deslizan los vestidos cortos y ceñidos, muy cortos como la esperanza que impregna las paredes enmohecidas de este hogar formado a fuerza de necesidades y quebrantos compartidos, en la cartera llevan un regalo pagado con el sudor de sus favores allá por el legendario muro del malecón. Se bañan por turnos con el agua provisoria mente almacenada por la abuela en varias cubetas, no hay ducha, pero aunque esta existiese seria en vano, el agua, cuando la ponen, no llega con la suficiente presión, ha de ser recogida a la entrada del albergue en el único grifo que está lo suficientemente bajo como para utilizarlo.
La abuela, esa anciana venerable que reposa en un camastro al fondo de la única pieza que conforma el apartamento, dormita chancleta en mano por si aparece alguna cucaracha oteando la madrugada, ellas no lo saben, pero ahora sueña con su amado esposo, con sus ojos y gestos reclamándole aquella tarde de dolorosa despedida, sueña y se despierta en medio de la noche con un sudor frio que le cubre el arrugado rostro, se levanta asustada como le ha venido sucediendo cada noche desde aquella fatídica tarde del derrumbe en que despertó toda enyesada en el hospital.
Vilma Eva recorre los largos cabellos de sus gemelas con la punta de los dedos, en su corazón de madre crece la angustia de verlas crecer en una tierra donde el futuro se fue nadando luego de brincar el muro, no sabe a ciencia cierta que hacen en las noches, pero el imaginarlo es mucho peor que la mayor de las certezas. Mientras, su mirada choca de lleno con la fotografía de su padre y a la luz de la vela se le antoja cabronamente irónica, su rostro de barba poblada y uniforme verde olivo, fusil en mano presto a defender las conquistas de la revolución socialista. es curioso, pero ese momento congelado en el tiempo oculta la realidad que siguió a aquellos días de ciega militancia, para acabar en un oscuro foso del Castillo del Príncipe, por intentar sacar a unos amigos del país condenados a fusilamiento por el simple hecho de pensar diferente.
Luego del encarcelamiento del comandante Huber Matos por la falsa acusación de traición y el burdo montaje de desaparición de Camilo Cienfuegos, la decepción fue ganando lugar en su corazón, de la noche a la mañana comprendió el rumbo que tomaba el naciente Gobierno Revolucionario, el engaño con que se secuestraba a toda una Nación, la maldad con que se destruían las tradiciones y la espiritualidad de un pueblo, la dolorosa separación de las familias.
El arriesgado plan para rescatar a sus hermanos de lucha incorporaba la disparatada idea de asaltar el castillo-prisión de El Príncipe, en pleno Vedado Habanero, pero una sucia delación los llevo irremediablemente al fracaso. Tras tres años de encierro, fueron traslados a una prisión de las provincias orientales, práctica generalizada para con los presos políticos, enviarlos a prisiones inaccesibles en la intrincada geografía oriental para alejarlos de su familia y hacerles más difícil las visitas, más terrible la tortura por hacer frente al régimen, castigando de esta manera no solo al recluso, sino también al familiar más allegado.
Con lo que no contaba el régimen era que en un descuido de los guardias ellos decidieran saltar del camión-jaula hacia el vacío, justamente en el instante en que cruzaban sobre uno de los puentes del rio Canimar, nunca imaginaron que la desesperación de estos hombres fuera tal que se atrevieran a arriesgar sus vidas con tal de alcanzar la libertad. La audacia fue premiada con el éxito de la evasión y a los pocos días consiguieron llevarse una pequeña embarcación de pesca y remontar así el rio Canasi, atravesando el estrecho de la Florida. En tan solo 19 horas ponían pie en cayo Marquesa, para luego reorientar rumbo y desembarcar en Key West.
Estuvo casi 20 años tratando de comunicarse con su familiares, pero su madre nunca quiso acercamiento alguno, para ella, comunista consumada, la traición de Roberto iba más allá del lazo matrimonial, jamás le perdonó que abandonara su traje verde olivo por las barras y las estrellas, cuan injusta fue, cuan equivocada estaba María Libertad, cuan tarde comprendió quien fue verdaderamente el que traicionó a todo un pueblo y embarcó a media región en guerras intestinas.
Mientras piensa sus lágrimas caen al suelo conjuntamente con las alas de su corazón, que distintas hubieran sido las cosas si su padre se hubiera plegado al régimen siguiendo la corriente, como casi todo el mundo hizo, y ella hubiese podido estudiar en la universidad, si él no hubiese tenido que huir del país con esos buenos amigos en una lancha, o aún mejor, si su madre, que se mantuvo ridículamente firme a sus convicciones revolucionarias, lo hubiese dejado todo, como lo hizo la familia de su amiga y compañera de estudios Elisabeth, que logró vencer el miedo a la chusma de los mítines de repudio para irse junto al hombre de su vida en vez de quedarse vistiendo el traje de miliciana recitando las consignas de la Espín.
-Al menos hubiera tenido un padre- balbuceo entre lágrimas.
Repentinamente alguien rompe el silencio del amanecer con un grito de guerra:
-¡Sacaron papas en la plaza de la esquina!
Allá va Vilma Eva, se levanta presurosa despejando las ultimas brumas de ensueño con la fría agua de la palangana esmaltada, esa donde le bañaba su madre cuando era pequeña y que por azares de la vida sobrevivió el derrumbe junto a la foto del padre sabrá Dios porque sortilegio, se lava la boca frotando el cepillo de dientes contra el jabón de baño, no queda pasta dental, este mes le quitaron la jaba de estímulo de su centro de trabajo por las repetidas ausencias al llevar a su madre al ortopédico en la lucha sin cuartel por la asignación de un sillón de ruedas que jamás llego, claro, la “culpa” es de los sospechosos habituales, Los yanquis, el bloqueo y las limitaciones que este impone al país.
Se queda extrañada observando la imagen que le devuelve el pequeño espejo, roto como sus recuerdos y aquella promesa de amor eterno, roto como ese camino luminoso que imagino cuando era chica y aun no alcanzaba a la altura de la mayoría de los espejos de la casa, cuando ni por asomo se le ocurrió que a los 44 años tendría que hacer guardias extras en unos almacenes para poder comprarle a su madre la bolsa de leche que necesita pues sufre de úlcera, los zapatos para la escuela de las gemelas y los tantos gustos que no ha podido darse, y agradece que al menos cuenten con la amistad de la buena Odalis y la ayuda de Olga, la abuela.
Es un día más para estas cuatro mujeres, cuatro trapecistas que luchan en la cuerda floja de la subsistencia cubana, a sabiendas de que no pueden caer, de que la función de circo ha de continuar.
Hoy acompaña nuevamente a su madre al hospital, teme que la empujen al abordar el bus, si es que este pasa, o que se desmalle por el calor insoportable que por estos días asola nuestra tierra, si, es cosa de valientes o de locos lo del autobús en Cuba, la línea que los separa no es siempre percibida, es interesante la fauna acompañante que podemos encontrar dentro de estos monstruos rodantes, y ese quítate tú para ponerme yo, le pone la tapa al pomo.
De regreso, la noticia. Para otra familia en diferente situación esto podría ser una bendición. Para ellas un problema mayúsculo. ¡Katiuska, la mayor de las gemelas, está embarazada!
CID en el municipio 10 de Octubre
Deja tu comentario