CUALQUIER DIÁLOGO CON LA TIRANĺA ES TRAICIÓN

Hay muchas formas de envenenar la esperanza y encadenar la fe al desaliento para debilitar el poder del guerrero, del que lucha desde cualquier trinchera por la libertad y la justicia.

En Cuba abundan los modos y las costumbres para sembrar el desánimo y derribar los sueños de los que resisten el constante golpeteo de los matones del régimen y la apatía de los débiles y los oportunistas.

La falsa creencia de que la solución del cubano está en el éxodo ha servido al régimen como un ejército invisible, un muro de vientos que mantiene a los tiranos fuera de peligro. De hecho, una de las armas estratégicas más poderosas del comunismo castrista, para debilitar las fuerzas libertarias, ha sido precisamente la emigración.

El cubano ha vivido prisionero de las peores mantras, construidas con palabras y frases que hacen apología de la postración y el sometimiento. Vicios como la droga, el alcohol y la prostitución se ofrecen como alternativa a una vida enquistada en la depresión y la ignorancia.

Pero con todo y ese caudal de ideología folklórica, el régimen está cada vez más débil y desacreditado. El último pequeño ejército de salvación, que está acudiendo en auxilio de la tiranía, es ese insignificante grupo de supuestos opositores empeñados en una propuesta de diálogo que, después de superar la fase del asco y la vergüenza ajena, acaban produciendo risa.

La guerra contra el comunismo no se va a detener. El régimen castrista tiene que caer y los culpables tienen que ser juzgados y condenados con toda la severidad que requieren los genocidas y criminales de lesa humanidad. Cualquier diálogo con la tiranía debe ser considerado como un acto extremo de traición a la patria.

La libertad de Cuba puede ser, para algunos, una cuestión de oportunismo político; para otros, quizá sólo se trate de un asunto de economía y desarrollo personal, pero para la mayoría del pueblo, la libertad es un problema de vida o muerte, de imprescindible dignidad humana.

Artículo de LNR 312