El régimen castrista siempre ha vivido en una realidad imaginaria, construida desde la creencia de que eran imprescindibles para los poderes bajo los que se ampararon durante décadas.
Nunca asumieron responsabilidades por los recursos que recibían y dilapidaban y jamás entendieron que para los países que mantenían esos derroches ellos sólo eran unos sicarios de poca monta.
Las hegemonías soberbias de las grandes economías, que controlaban el discurso ideológico y político a nivel global, están colapsando.
El mundo de la oscuridad, la mentira y el abuso se está batiendo en retirada. Estamos asistiendo, unos más conscientes que otros, al nacimiento de una nueva era de justicia.
El comunismo castrista es un cadáver, un muerto arrogante que se pasea entre los vivos, borracho de bravuconería, que se resiste a aceptar que ya no pertenece a este mundo. Ya el pueblo no le teme.
Por más que amenacen y por más que golpeen ya no pueden callar las voces de denuncia y reclamos de libertad.
El fin de los tiranos está golpeando la puerta de sus poderes envejecidos y destartalados.
Parece que todo está perdido, cuando vemos a una Latinoamérica que, presa del fraude y la complici-dad de políticos miserables, padece bajo el poder del comunismo internacional pero la victoria de esas tiranías es sólo una ilusión, una burbuja de alucinaciones que están siendo golpeadas constantemente por la rebeldía de los pueblos, cansados de tanta mentira y corrupción.
Se les acaba el tiempo a los criminales. Habrá vidas que se perderán en la gran batalla que se está li- brando por la libertad en todo el mundo, las guerras siempre son una desgracia pero los culpables serán derribados sin piedad y barridos para siempre de la faz de la tierra y ellos lo saben, por eso se aferran con obsesión sanguinaria al poder: porque saben que sobre ellos pesa un decreto de muerte del que no pueden escapar.
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