El término se origina en la doctrina del filósofo persa Mani, del siglo III de nuestra era. Mani veía la vida como una lucha constante entre el bien y el mal, representados en la luz y la tiniebla. En los tiempos modernos el término se ha generalizado para designar una visión dualista de la realidad, para la cual no hay términos medios: una cosa, idea o persona es buena o mala, y punto. Si uno lee las redes se percata de que están inundadas de maniqueísmo. Tal como hoy se practica, se trata de una posición intelectualmente fácil y moralmente cómoda. Existen sólo los malos y los buenos. Yo, evidentemente, soy bueno, y también lo son quienes piensan como yo. Los demás son malos, cuando no malísimos. Ante una idea determinada, no tengo que detenerme a pensar mucho. Veo de quién viene, o cómo me suena, y de inmediato la clasifico como buena o mala. Y así voy por la vida muy confortablemente, juzgando todo sin esforzarme mucho.
El problema con el maniqueísmo es que resulta paralizante, para las personas y para las sociedades, porque en ese clima el pensamiento no se desarrolla sino que se empobrece. La verdad siempre está en los matices, no en lo blanco o lo negro. Si no penetramos en los matices corremos el riesgo de quedar con la mente en blanco, o en negro. Ya bastante hemos sufrido las consecuencias de esa ceguera. Los retos que tenemos por delante nos exigen abrir los ojos y el pensamiento, no obcecarnos en prejuicios ni en ideas fijas.
Por Carlos Francisco Echeverria, Comisión Política de Cuba Independiente y Democrática (CID).
Artículo de La Nueva República
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