El 1 de Enero de 1959, dio comienzo una serie de muertes sucesivas que irían mutilando la tradición cultural de la nación, con el propósito de reducir a cero la riqueza de su historia.
Enmascarado, tras la apariencia de una revolución salvadora, el totalitarismo fue minando la incipiente sociedad civil hasta convertir la joven república en una aldea miserable, harapienta y sometida.
Entre las tradiciones más representativas del espíritu festivo y solidario del cubano estaban las fiestas navideñas. Diciembre llegaba para convocarnos al perdón y la misericordia, y disponía las almas -de ateos y creyentes- para la celebración del nacimiento de Jesucristo. Era un tiempo de amor; tiempo de olvidar ofensas y mostrarse agradecido por el hermoso privilegio de tener la vida.
Pero la navidad, es un enorme canto de paz y mansedumbre donde el respeto y la bondad alcanzan, con un solo abrazo, el corazón de todos. No hay lugar para el odio y el resentimiento; por eso, la navidad fue una víctima más de los pelotones de fusilamiento.
Por más de tres décadas desaparecieron de los hogares cubanos los símbolos navideños, como el tradicional arbolito, la figura de Santa Claus, la noche buena y la cena de fin de año; ocasiones sagradas que reunían a familiares y amigos en torno al lechón asado, el vino, las uvas, las manzanas, los turrones y todas las confituras que nos reservaba la ocasión.
Las familias que trataban de mantener la tradición se arriesgaban a ser acusadas de prácticas pequeño-burguesas, un delito que podía llevar a las personas a perder su empleo y ser enviadas a los campos de trabajo forzado.
La crisis que había provocado la caída del campo socialista y la visita que realizó el Papa Juan PabloII a Cuba, en el año 1998, obligaron al gobierno cubano a acceder a la petición del sumo pontífice de restaurarle al 24 de Diciembre su estatus de fecha sagrada, y permitirle al pueblo disfrutarlo como un día de asueto.
Desde entonces, y a pesar del progresivo deterioro de la economía y las condiciones de vida en general, la Navidad ha vuelto a ser parte de la vida del cubano.
Sin embargo, las fiestas de fin de año no volvieron a ser las mismas. El esfuerzo por reunirse en familia y celebrar las tradicionales fiestas navideñas deja un saldo de tantas carencias que el año nuevo cubano acaba siendo tan viejo como el anterior.
Pero el 25 de noviembre de 2016, a las 10:38 pm, según el parte oficial, la muerte cumplió –finalmente- los sueños de millones de cubanos: La muerte de Fidel Castro.
El gobierno de Cuba decretó 9 días de “Duelo Nacional” (en realidad 9 días de toque de queda). Prohibió la venta de bebidas alcohólicas (por alguna razón temía que a la gente se le ocurriera celebrar), las fiestas públicas y cualquier manifestación que violara la orden del Partido Comunista de llorar y entristecerse por la muerte de su “comandante”.
Los medios de propaganda del Comité Central, apuntalados por la televisión cubana, puso en marcha otra de sus versiones de “Los procesos de Moscú”, esta vez para presentar a “un pueblo conmovido y desconsolado” por la muerte del “más grande de todos los cubanos”, el “padre de la libertad cubana”.
No obstante el “terrible dolor” que embarcaba a “todo el pueblo”, apenas concluyó el duelo de queda, comenzaron a aparecer las primeras señales festivas que presagian la “gozadera criolla” que tanto desconcierta a los visitantes extranjeros, que no pueden comprender la alegría de un pueblo con tantas necesidades y carencias.
Y el fin de año 2016 y los primeros días de enero de 2017 han sido testigos de un júbilo que parecía definitivamente enterrado. Las calles cubanas recuperaron su aspecto carnavalesco y jovial. Las expresiones musicales más bulliciosas acompañaban la algarabía de grupos reunidos en portales o esquinas que, entre tragos y carcajadas, coreaban estribillos populares.
Las fiestas de fin de año 2016, y estos primeros días de año nuevo, no fueron las expresiones de duelo de un pueblo enlutado, sino las manifestaciones de gozo de quienes celebran un nacimiento.
Por Ernesto Aquino Montes
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