National Review, Septiembre 19 de 2017.
Tuvo tanto retórica sorprendente como sólida argumentación. En su discurso a las Naciones Unidas, el presidente Trump cumplió muy exitosamente el desafío político e intelectual que enfrentaba. Recordó, a los delegados, que Naciones Unidas nunca quiso ser una burocracia gigantesca que, sostenidamente, se convirtiera en un gobierno mundial. En realidad, dijo, es una asociación de estados soberanos cuya fuerza depende “de la fuerza independiente de sus miembros”. Su éxito, sostuvo, depende del éxito de éstos en gobernar bien como “naciones fuertes, soberanas, e independientes”.
Inteligentemente, Trump convirtió al patriotismo –el amor por el propio país, y lo que llamó la base necesaria para el sacrificio y “y todo aquello que es lo mejor en el espíritu humano”- en la base de la cooperación internacional para resolver problemas que las naciones deben enfrentar juntas. “La verdadera pregunta”, dijo, es: “¿aun somos patriotas?”. Si lo somos, podemos trabajar juntos por “un futuro de dignidad y paz para el pueblo de esta maravillosa Tierra”. Esto fue un recordatorio útil, basado sobre principios, y preciso, de que el estado-nación sigue siendo la clave para la política mundial y que los estados-naciones exitosos serán la clave para enfrentar los retos del mundo.
El discurso agregó varios toques Trumpianos que es necesario aplaudir –y otros que sirvieron, por lo menos, para despertar al auditorio-. Dijo, por ejemplo, que “el problema en Venezuela no es que el socialismo ha sido pobremente implementado sino que el socialismo ha sido fielmente implementado”. Eso debe contarse como una de las afirmaciones más agradables que se haya pronunciado en ese salón de la Asamblea General. Señaló que “grandes sectores del mundo están en conflicto, y algunos, en realidad, se encaminan al infierno”. Uno supone que agregó, al texto escrito, la última frase –y eso fue puro Trump-.
Cuidadosamente, diferenció entre el atroz y corrupto régimen en Irán, “cuyas principales exportaciones son la violencia, el derramamiento de sangre, y el caos”, y “el buen pueblo de Irán”, agregando que “el pueblo de Irán es aquello a lo cual sus líderes temen más”, solamente después del “vasto poder militar de Estados Unidos”. Respecto a Corea del Norte, pronunció la frase que quizá sea lo más citado. Dijo, en cuanto a Kim Jong-un, que “Rocket Man está en una misión suicida”, y planteó, a los delegados, que, si Kim ataca a Estados Unidos, “no tendremos más alternativa que destruir totalmente a Corea del Norte”.
Las críticas de Trump a Naciones Unidas fueron claras, golpeando todo desde la hipocresía de permitir que regímenes tiránicos sean miembros del Consejo de Derechos Humanos hasta su exagerada burocracia, pero cada crítica se combinó con un llamado a mejorar y un compromiso de cooperación. Destacó la imagen de una mejor Naciones Unidas, capaz de enfrentar y resolver muchos de los problemas mundiales. El mantra de Trump, en su discurso, fue el objetivo de “seguridad, prosperidad, y paz” que “naciones fuertes, soberanas” pueden lograr.
Su manejo de libertad fue menos firme. Principalmente, abordó la ausencia de libertad cuando criticó a putrefactas dictaduras, como en “el duradero sueño del pueblo cubano de vivir en libertad” y el objetivo americano de ayudar al pueblo de Venezuela a “recuperar su libertad”. Sin embargo, señaló las grandes alianzas que “inclinaron al mundo hacia la libertad desde la Segunda Guerra Mundial”, y, en su cierre, dijo: “lucharemos juntos, nos sacrificaremos juntos, y estaremos juntos por la paz, por la libertad por la justicia…”.
Jueces ecuánimes describirán este discurso como un verdadero éxito. Trump estuvo a la altura del momento y ofreció un discurso que tuvo tanto retórica sorprendente como una sólida argumentación en el sentido de que el éxito de los estados individuales, cada uno cuidando sus propios intereses, es la piedra angular de una ONU y un sistema internacional exitoso.
Fue un excepcional discurso en ese salón, el cual se ha colmado con décadas de mentiras, hipocresía, y tontería global. Trump tuvo la cortesía, hacia la organización y los delegados, de decirles, directamente, cómo su administración ve al mundo.
Elliott Abrams es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, experto en el Medio Oriente. Fue Asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Su último libro es Realismo y Democracia: Política Exterior Americana Después de la Primavera Arabe
Traducido y publicado por La Nueva República, el semanario del CID en Cuba.
La Nueva República 215 B by Cuba Independiente y Democratica on Scribd
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