La esperanza es un arma de destrucción masiva. Donde faltan oportunidades la esperanza se ofrece como una alternativa renovable al alcance de todos. Para hacer más recurrente su uso la aprendemos como un reflejo condicionado desde las primeras etapas de la vida.
Es por eso que la esperanza es un recurso de la pobreza y la esclavitud que, auxiliada por la paciencia, sólo beneficia a quienes ejercen el poder desde una posición de fuerza.
El Estado, como organización política, lo sabe. Sobre todo los regímenes totalitarios, donde todos los sueños y aspiraciones humanas tienen que realizarse en la fantasía.
Dale a un pueblo esperanzas y dejará de buscar oportunidades, quítale toda esperanza y se volverá desafiante y temerario, aun a riesgo de perder la vida. Los cubanos lo saben.
Cuando la esperanza agota todos sus espejismos y pierde la complicidad de su aliado, el consuelo, la criatura humana despierta de su profunda artritis existencial, abandona a la gran estafadora y emprende su viaje hacia cualquier lugar, dispuesto a subirse al tren de las oportunidades y aferrarse a él confiando en la capacidad de sus propias fuerzas.
La economía de libre mercado y la propiedad privada, esos dos colosos del desarrollo, basan sus incentivos en las oportunidades que ofrecen los intercambios de intereses y los acuerdos pactados por personas naturales, con suficiente libertad y autoridad para hacerse responsables de sus decisiones.
La esperanza que puede generar un proyecto, desde la perspectiva del desarrollo económico y social, es irrelevante (ningún proyecto de ingeniería social generó más esperanza que el socialismo), y absolutamente innecesaria para los propósitos del progreso humano.
A pesar de la falta de garantía jurídica (por falta de legalidad constitucional), el trabajo privado en Cuba está demostrando la importancia vital de abandonar la “esperanza en un futuro mejor” y concentrar las fuerzas en crear oportunidades desde un activismo laboral independiente enfocado en un presente productivo, que es el único que puede garantizar, con bienestar real y demostrable, lo que la esperanza sólo puede ofrecer como una promesa.
Los pueblos que viven de la esperanza son pueblos débiles; grandes masas humanas que se desgastan en el ejercicio inútil de “esperar que las cosas sucedan”, cuando lo que realmente importa es “hacer que las cosas sucedan”.
Esperemos y confiemos en que cada vez esté más cerca el día en que los cubanos abandonen la “esperanza de ser libres” y comiencen a conquistar su libertad aprovechando la oportunidad que tienen (y han tenido siempre) de ser millones.
Ningún poder militar, por grande que parezca, es capaz de soportar el empuje liberador de un pueblo sin esperanzas, decidido a crear oportunidades de una vida mejor, con los brazos abrazando la tierra que los vio nacer.
Por Ernesto Aquino Montes
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Concebir una idea es un regalo de la naturaleza. Transformar la idea en concepto es crear una esperanza y cuando el concepto se vuelve proyecto el hombre devuelve con su voluntad el regalo a la naturaleza. Pero solo el hombre libre puede trazar ese camino que va de la idea a la realización de un proyecto porque solo la libertad nos da la esperanza.