La fe no es el efecto de una fiebre alta, ni la aparición de una morbosa fantasía que desata un galope de delirios donde van a refugiarse nuestras frustraciones.
La fe tiene que ser una fuerza en movimiento que se dilata y robustece en la riqueza que va creando. No se puede esperar algo de una fe sedentaria que se alimenta de las profecías corales de improvisados profetas que contemplan desde lejos los tormentos y las carencias.
Y por ese camino (de esperar lo que no llega) va la fe del cubano, levantándose y cayendo; simulando y escapándose, aferrado a la última promesa de algún “iluminado” o enredado en la complicidad de otro soborno.
La solución de la problemática cubana se vuelve cada vez más individual, más personalizada. No sólo por el egoísmo clásico, sino por la falta de confianza en las alternativas y la incertidumbre de no saber ya quiénes son los amigos.
La oposición frontal contra el régimen está perdiendo su atractivo y ha pasado, de lo cívico y patriótico, a convertirse en un suicidio temporal donde lo único que se pierde es la vergüenza, que en definitiva parece que está demasiado sobrevalorada en un universo humano donde mienten los que nos gobiernan y los que nos quieren salvar.
Por Ernesto Aquino Montes
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