LAS DICTADURAS, COMO EL DIABLO, NUNCA DUERMEN

Ante el creciente descontento popular ha renacido el optimismo entre los cubanos que han esperado un cambio democrático, optimismo que va desde una esperanza cautelosa hasta las fronteras de lo iluso. A muchos les parece que el fin de la tiranía está a la vuelta de la esquina y que cuando menos lo esperemos una explosión popular acabará con la mafia de militares corruptos e ineptos en el poder. Pero no nos engañemos, las dictaduras, como el diablo, nunca duermen.

 

La mafia castrista sabe que está en crisis y que su supervivencia dependerá en gran parte de que pueda atraer capital y empresas transnacionales como hicieron los partidos comunistas de China y Vietnam.  Esto solo será posible si llega a un trato con el gobierno del presidente Biden que, aunque ha declarado que la política hacia Cuba no se va a cambiar porque hay otras prioridades, podría como lo hizo Obama de acuerdo con el Papa Francisco, dar inicio a conversaciones secretas y llegar a un pacto que la dictadura no tendría la menor intención de cumplir.

 

Para que un pacto así tenga posibilidades, el régimen tendría que cambiar su imagen. Por ejemplo, darles garantías a los empresarios extranjeros y establecer un diálogo político con quien se preste para darle credibilidad a su falsa disposición conciliatoria. La dictadura en lugar de proceder con arrestos y largas condenas contra los opositores se mostraría to-lerante y amenazaría sin actuar.  Algo así ya puede verse en el escenario cubano. La prensa internacional se encargaría de alabar la nueva etapa de madurez de la “revolución cubana”.

 

Mientras el castrismo se lava la cara para que Biden tenga una justificación para negociar, sus militares esperan el regreso del turismo, que gracias a las inversiones y experiencia de los empresarios españoles, sirvió de mucho a la dictadura en la época pre covid.  Simultá-neamente, si hubiera un levantamiento popular, se preparan para ahogarlo. Acción para el cual ni el pueblo, ni la oposición, ni el exilio están preparados.

 

No es la primera vez que  luchando valientemente en las calles contra una tiranía, un pueblo no alcanza la victoria que parecía estar a la vuelta de la esquina.   En Birmania los militares dieron un golpe de estado el pasado 1 de febrero y desde entonces el pueblo ha estado protestando en las calles. La respuesta del ejército ha sido implacable.  Hasta estos momentos más de 700 manifestantes han sido asesinados y casi tres mil ciudadanos están detenidos. Hay órdenes de arresto contra 100 artistas e intelectuales y hasta el modelo Paing Takhon, que tiene mi-llones de seguidores en las redes sociales, acaba de ser arrestado. El Secretario General de la ONU y unos cuantos países han denun-ciado la violencia. El presidente Biden ha ordenado penalidades contra los militares.  Hasta ahora nada ha detenido la represión ni provocado el colapso de los golpistas.

 

Otro caso es el de Nicaragua, el 18 de abril de 2018 los estudiantes se enfrentaron a la dictadura de Daniel Ortega arras-trando a una gran parte de la población del país, tenían el apoyo de la Iglesia Católica, de los empresarios y la simpatía del mundo. El 29 de abril una marcha para agasajar a Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, reunió a cientos de miles de nicaragüenses, el obispo era el defensor de los estudiantes. Daniel Ortega agachó la cabeza y se reunió con quienes pedían su salida, ofreció incluso encontrarse con Trump en Estados Unidos. Su dictadura parecía estar al borde del colapso hasta que dio órdenes de iniciar la matanza. Los nicaragüenses prácticamente desarmados pelearon con heroísmo.  Tres meses después más de 300 habían sido asesinados y había más de dos mil heridos y cientos de detenidos. No faltaron las denuncias y sanciones de Donald Trump y de muchos países pero Ortega se mantuvo en el poder.

 

El caso de Venezuela es dramático, jóvenes estudiantes desarmados se enfrenaron en las calles contra la dictadura y fueron asesinados o arrestados y torturados. Las manifestaciones demostraban el repudio mayoritario de la población contra Maduro, sus secuaces y la intervención castrista. Hasta un millón de venezolanos protestaron en las calles de Caracas.  Una conspiración de militares y opositores y un levantamiento militar fueron neutralizados. En 2019, según Roberto Briceño del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) entre 2016 y 2018, los funcionarios de seguridad mataron a 18.339 personas, equivalentes a 509 ciudadanos por mes, y “en lo que va de 2019 los cuerpos policiales han asesinado a 15 personas a diario” bajo el argumento de haberse resistido a la autoridad. La historia de horror que ha vivido el pueblo venezolano es desgarradora.  La ONU y más de 50 países la han denunciado. La oposición ha gozado hasta de reconocimiento internacional, pero la narco dictadura sigue en el poder.

 

No creemos que en Birmania, Nicaragua y Venezuela la lucha por la libertad y la demo-cracia esté fracasada,  tampoco en Cuba donde miles de valientes han luchado durante seis décadas.  Hay miles de ciudadanos que pueden arriesgar sus vidas en un levantamiento.  Lo pueden hacer en el momento correcto o en el momento equivocado, dentro de una estrategia integral o espontáneamente.  En cualquier caso, el liderazgo opositor será perseguido y arrestado como sucedió previo a la invasión de Playa Girón, cuando miles de miles de opositores y sus simpatizantes fueron arrestados en masa,  usaron hasta los estadios del país como cárceles.  Aquel fracaso consolidó al castrismo.

 

En conclusión, para mantenerse en el poder el régimen tienen que buscar una salida negociada con Estados Unidos ofreciendo promesas que no va a respetar y que USA no tendrá la voluntad ni la capacidad de obligar a cumplir. Para lograrlo simulará que la oposición tiene un espacio en Cuba y para esto necesita cómplices que se presten al engaño.  Un levantamiento popular solo tendría posibilidades dentro de una estrategia que contemple tal levantamiento como un frente más, que sin el apoyo de los demás, fracasaría.

La Nueva República

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