Cualquier forma de lucha social que no involucre una solidaridad activa, capaz de sintonizar los intereses comunes, está condenada al fracaso y a la prolongación indefinida de los males que destruyen el desarrollo de los pueblos.
Todas las organizaciones humanas, que tienen como premisa fundamental la acción pacífica, buscan la comunión de pensamiento y sentimiento para alcanzar una escala vibracional donde la unidad de propósitos fortalezca el poder colectivo hasta convertirlo en una energía indestructible.
El problema cubano es que los “nuevos libertadores” están más preocupados por brillar como estrellas solitarias que en crear una gran masa de luz ciudadana que se preocupe más por iluminar la patria que por satisfacer los ardores ridículos de los afanes personales de gloria.
Los sueños mesiánicos y la vocación caudillista trastornan la vida nacional, como una lepra moral que corroe, deforma y debilita cada partícula humana de la sociedad, hasta reducirla a una mueca sombría y depravada donde se pierden los límites entre víctimas y victimarios.
Los pueblos oprimidos suelen olvidar, con demasiada facilidad, que el poder de las tiranías sólo existe en la mente de los sometidos, y que el único miedo real es el de los que gobiernan por la fuerza; porque la libertad no necesita caudillos ni visionarios alucinados. Es suficiente que una explosión humana, de hombres y mujeres con amor propio, desborden cada rincón del país para que el régimen se quiebre en mil pedazos.
Por eso, el trabajo es unificar, con humildad y sentido del deber; caminar juntos, para que cuando el mundo se solidarice lo haga por todos los cubanos. Primero, los intereses que nos unen, para destruir la injusticia y la maldad de los que nos dividen.
Será más fácil edificar si, junto al valor y la firmeza, ponemos el amor y la gratitud; después de todo, ningún ser humano puede existir sin los demás.
Por Ernesto Aquino Montes
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