Días atrás me encontraba paseando a mi nieto de dos años por la cercanía de la fábrica de azúcar de mi pueblo, cuando de repente aparecieron dos ciudadanos alemanes al parecer atraídos por la curiosidad de turistas o tal vez asombrados por la centenaria maquinaria que aun funciona.
Apenas habían fotografiado algunos camiones cargados de caña y a la propia maltrecha industria cuando como un fantasma se personó en el lugar el auto de la guardia operativa de la policía y dirigiéndose a uno de los turistas le pidió que le enseñara las fotos tiradas y luego de revisarlas le explicó con señas que no podía sacar más fotos del lugar, que estaba prohibido tirar fotos allí. Los turistas perplejos se miraron entre sí con gesto de desaprobación de la medida y se marcharon sin comprender lo vivido.
Yo, aún desde la relativa distancia pude observar la ignorancia de la policía del régimen que acosa a unos simples turistas en el empeño de ocultar la realidad de nuestro país. Como si en la era de Internet nadie conociera la realidad ruinosa de nuestra principal industria, otrora orgullo de la nación. Una industria azucarera de las mas modernas del mundo que es hoy prácticamente un museo vivo, una montaña de viejos hierros que se caen a pedazos como ocurrió el pasado año, cuando parte de los cuádruples se desplomaron, afortunadamente sin víctimas fatales.
Pero más allá de esto, resulta inadmisible que se viole el derecho de dos ciudadanos, sean de la nacionalidad que sean, a circular libremente por Cuba y que se traten como si fueran individuos espías o que estuvieran fotografiando un lugar de seguridad nacional.
Tal vez el fundamento de la medida estriba en tratar de que no se fotografíen a los harapientos obreros que como autómatas trabajan 12 horas diarias para saciar los caprichos de la nobleza Castrista, que viaja por el mundo como turistas y sacan como suvenir cuantas fotos se le antoje sin que nadie les moleste.
Por Miguel Cruz Hernández, activista del CID en la Delegación de Delicias.
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