Haciendo despliegue hipócrita y demagógico el dictador indignó aún más al pueblo nicaragüense. Ortega defendió a la policía diciendo que estaba acuartelada y que su actuar era exclusivamente para defender la seguridad de la población ante individuos armados que salían a la calle a asaltar. Los demás sectores representados en la reunión: estudiantes, empresarios y campesinos, lo rebatieron frontalmente. La jerarquía católica, mediadora en el diálogo no se quedó atrás y lo instó a darse cuenta de lo que estaba pasando en Nicaragua era una expresión de descontento popular como ya se lo había hecho saber en privado. Ortega perdió la oportunidad de hacer una propuesta satisfactoria y demostró total insensibilidad ante la situación actual.
Los representantes de los estudiantes rebatieron a Ortega que parecía haberse quedado sin habla porque no pudo ripostar la argumentación de los jóvenes. Una estudiante leyó cada nombre de los asesinados desde que comenzaron las manifestaciones mientras sus compañeros a coro gritaban ¡presente! El estudiante universitario Lester Aleman enfrentó a Ortega con señalamientos contundentes. Tanto a la entrada como a la salida del recinto donde se celebró la reunión grupos de manifestantes le gritaban a Ortega “Asesino, asesino”.
En representación de la sociedad civil, el catedrático y analista político Carlos Tunnermann, y el obispo Abelardo Mata, plantearon, en calidad de exigencia, el repliegue de las fuerzas policiales y de simpatizantes gubernamentales armados. Señalaron la necesidad de que se escuche el clamor popular de paz y que se permita que la misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), llegada hace dos días Managua, pueda cumplir su cometido de verificar la situación de las garantías fundamentales en el país.
Ante ello, el planteamiento del presidente Daniel Ortega fue el de asegurar que las fuerzas policiales tienen la orden de no disparar contra manifestantes, y de condenar los actos de violencia –de los cuales la oposición responsabiliza al gobierno-, además de lamentar las decenas de víctimas fatales a causa de los choques entre manifestantes opositores y efectivos policiales antimotines y grupos progubernamentales armados. “Aquí mismo ordene que va a cesar la represión y (…) que regresen a sus cuarteles los policías, y que sean desarmadas las fuerzas de choque”, planteó Tunnermann, a Ortega, al señalarle su posición de comandante en jefe de la fuerza policial.
El mensaje del Obispo Mata fue claro: “no podemos seguir así”, por lo que “no es una simple petición, es una exigencia la que pide la Conferencia Episcopal: que se retire la policía a sus cuarteles y que dejemos actuar a la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos) que, finalmente logró venir y, tercero, le pido a usted, señor presidente (…) que repiense, con su gabinete, los caminos que ha recorrido”. El obispo aseguró que la protesta encabezada por estudiante universitario constituye lo que describió como “una revolución desarmada”, ya que “aquí no están ejércitos contra ejércitos, es una población que está reclamando”. “Si quiere usted desmontar la revolución, no es a fuerza de presión, de balas de goma y de plomo, ni con fuerzas paramilitares”, subrayó, al dirigirse, enérgicamente a Ortega, quien asistió al inicio del diálogo, acompañado por la vicepresidenta Rosario Murillo. “Y a los jóvenes, les pido (…) que también doblen la rodilla para recibir la luz del Espíritu, que en verdad actuemos obedeciendo al Espíritu”, agregó.
Respecto al planteamiento de Tunnermann, el mandatario afirmó que “la orden ya fue dada”, y que “aquí, yo se la ratifico”. Sin perjuicio de las denuncias formuladas y documentadas sobre la represión policial, Ortega sostuvo que las fuerzas antimotines tienen la instrucción de “no disparar”.
Sin identificar a ningún sector responsable, el presidente condenó “esa violencia irracional que ha explotado (…) esa violencia diabólica que ha explotado, en nuestro país”, que “se está ejerciendo, en estos momentos, aterrorizando a las familias”.
El presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua y arzobispo de Managua, el cardenal Leopoldo Brenes, formuló un planteamiento clave, dirigido a todos los sectores participantes: “no nos cerremos a la escucha ni a ninguna solución posible”. Y expresó a Ortega, en particular: “quisiéramos rogarle dar esos pasos positivos de buena voluntad para el éxito de este diálogo nacional”.
De acuerdo con el mecanismo establecido por la CEN, los sectores participantes en el diálogo instalado hoy deben presentar, a más tardar mañana, sus respectivas propuestas de agenda temática, de modo que pueda estructurarse la agenda general para las conversaciones. La parte sustantiva del diálogo está programada para el viernes, cuando las partes inicien el desarrollo del temario que la parte mediadora haya construido. La esperanza de pacificación radica en la capacidad de todas las partes de formular planteamientos constructivos y, sobre todo, de escuchar constructivamente, algo que, a juzgar por la sesión inaugural, el gobierno no parece dispuesto a hacer.
Con su torpe proceder Ortega perdió hoy lo último que le quedaba de credibilidad ante el pueblo, que esperaba una propuesta más o menos inteligente. En su lugar, su defensa de la policía y su negativa a reconocer la masacre de las últimas semanas indignó aún más al pueblo nicaragüense y ha fortalecido la opinión generalizada de que tiene que dejar el poder.
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